LA LEYENDA DE LA MUJER DE LA PLAYA
(2ªPARTE DE LA LEYENDA DEL HOMBRE ANDANTE)
Cuenta la leyenda que, mientras el hombre andante viajaba por el mundo entero, la mujer de la playa le esperaba envuelta en su luz para que él la pudiera ver y reconocer.
Las
olas del mar hablaban un lenguaje transparente para ella, un lenguaje
sencillo que comprendía a la perfección. Ensimismada entre la
espuma del agua salada del mar, se bañaba en su belleza azul
cristalina, bebiendo lunas en la noche, nutriéndose de amaneceres
hermosos, salpicándose de la extraordinaria luz de las estrellas que
alumbraban su camino en la orilla de la playa.
Su
vida transcurría silenciosa en aquel paraje tan sencillo y grácil,
conectada con la brisa marina, con cálida arena, con las dunas del
paso del tiempo como compañía, caminando entre sus propias huellas,
comprendiéndolas, amándolas, aunque al principio las desdibujaba y
las volvía a dibujar, en un intento de hallar esa perfección
imposible de su alma.
El
alma no es perfecta, el alma es sólo alma, no tienes que buscar su
pureza porque el alma ya es pureza, lo que tienes que limpiar es tu
mente.-Le repetían las olas en su vaivén.
Había
aprendido a escuchar a sus guías a través del sonido incesante de
las olas que susurraban lo que ella necesitaba saber en cada momento.
Su
vida era plácida, pero muy solitaria, apartada de todo lo mundano,
refugiada en su mundo de ensueño, para los demás pura fantasía.
Ella
sabía muy bien en su interior que no estaba loca, que todo aquello
era cierto, real.
Por
la noche, los luceros alumbraban y velaban su sueño y le comunicaban
que pronto aparecería un hombre que la amaría con el mismo amor que
ella era capaz de sentir, incluso le mostraban su aspecto para que
ella pudiera salvaguardar la ilusión de aquel encuentro.
Pero
los años pasaban, el tiempo era su enemigo, su juventud se
marchitaba y sus ganas de vivir el amor la estaban ahogando en una
tristeza agotadora.
Así
que, un buen día, decidió marcharse de su playa.
Recorrió
un sendero de flores, descalza, fatigada por la perenne espera que
había estado protagonizando, sin esperanza, sin alegría, desgastada
por la añoranza de aquel muchacho que tantas veces le había
prometido unirse a ella, aquel ser que la amaba en sus sueños
profundos, en sus viajes a otros planos, mientras habitaba en aquel
lugar hermoso cerca de la orilla del mar.
No
deseaba perderse lo que era amar a otro ser humano, vivo, físico
como ella, alguien que supiera hacer que sus ojos volvieran a brillar
como antes, alguien que la colmara de amor, que la enseñara a
compartir, a reír, a vibrar, a disfrutar de la vida en compañía.
Sin embargo, en su corazón albergaba aún el deseo y el anhelo de
que apareciera su gran amor, ese que sentía en su alma como una
fuerte ráfaga de resplandeciente luz que revoloteaba en su interior,
que la hacía sentir como una diosa.
Caminando
por aquella senda, un hombre solitario le llamó la atención, pero
estaba demasiado distraído sumido en sus desgracias, en sus
pesamientos para darse cuenta de su presencia. Lo amó en silencio,
sintió la compasión, sintió el desasosiego de ver cómo se
destruía a sí mismo sin poder ayudarle, sin poder ofrecerle algo
más que sus sentimientos en forma de amistad sincera. Fue una gran
lección aprender a amar así sin esperar nada a cambio, sin que él
pudiera advertir que había alguien dispuesto a curar sus heridas con
todo su corazón. Así que, un buen día, se alejó de él, rendida,
triste, pero sabiendo que había dado todo de ella misma para aliviar
su dolor, aunque sin éxito.
Siguió
su camino, unida a su desconsuelo y su decepción, pero allí, en un
paraje de árboles y monte, otro ser llamó su atención. Ya no
deseaba amar, el tormento de aquella experiencia había creado en
ella un punzante pesar que la impulsaba a descartar algún amor que
fuera más allá de lo fraternal.
Así
que eso fue lo que ofreció, amistad.
Y
la amistad se transformó en amor, en un enamoramiento hermoso que la
impulsó hacia la felicidad, y la convirtió en otra persona, alguien
que era mitad hada, mitad mujer, mitad ser divino, mitad ser
terrenal, mitad ella, mitad la persona que creía que deseaba él que
ella fuera.
Años
y años fueron pasando, años llenos de amor, de bello amor, pero
también de olvido, de dejadez de lo que ella era en realidad.
Sus
estrellas se apagaron al ver que ella no las miraba, el mar se
congeló por su ausencia, las dunas desaparecieron junto con sus
huellas del pasado, su luna se volvió oscura, las olas dejaron de
hablar para ella...
Pero
vivió el amor físicamente, sintiendo en su cuerpo frágil la
pasión, el deseo, el compromiso, la entrega, la
incondicionalidad...pero también la soledad...
Y
un susurro suave se mezclaba con el viento para contestarle.
Porque
te has olvidado de quién eres mientras estabas aprendiendo a sentir
lo que es estar viva, ser un ser humano. Tu experiencia ya debe
concluir, ahora debes volver a la playa... Él vendrá, ahora es el
momento, debes regresar a ti, a tu esencia, porque él debe poderte
ver, y para que te pueda ver debes brillar. Tu luz se alzará cuando
conectes con lo que eres en realidad.
Con
tristeza, emprendió su camino de vuelta a casa, por aquel sendero
que antes estaba colmado de flores silvestres, donde ahora sólo
había tierra seca, piedras que arañaban sus pies descalzos.
En
su espalda, su mochila iba cargada de aprendizajes mal gestionados,
dolor, ira, arrepentimiento, culpa, miedo...
El
peso de todo aquello hacía más duro su viaje, pero debía ser
valiente, fuerte, debía regresar a la orilla a reencontrarse consigo
misma.
Daba
un paso y caía vencida, contra el duro suelo, sus rodillas
ensangrentadas escocían, sus lágrimas se derramaban, mientras
intentaba ponerse en pie de nuevo para proseguir caminando.
Volvío
a tropezar y a caer contra las rocas de aquella vereda. La incómoda
mochila golpeó su espalda y la hizo desplomarse completamente,
sumida en un dolor profundo.
No
puedo más, no puedo más, quiero morirme, no puedo más, llevadme a
casa, no quiero seguir, estoy agotada, estoy exhausta, ¿por qué
tengo que hacer esto, por qué? -gritó llorando desmoralizada.
Vacía
la mochila -escuchó.
¿Vaciarla?
Ni
siquiera había sido consciente de que llevaba aquella carga en sus
espaldas, pero en aquel momento, se dio cuenta de lo que ocurría,
sus emociones pesaban demasiado, sus recuerdos estorbaban, debía
deshacerse de ellos.
A
partir de aquí, su paso se fue aligerando, mientras iba extrayendo
libros de su pasado, emociones plasmadas en papel que había estado
cargando sin percatarse.
Fue
así cómo aprendió de sí misma, de sus vivencias, recordando su
infancia, sus anhelos, sus miedos, sus deseos, su dolor, sus
decepciones...y superando cada emoción que atascaba sus progresos.
Por
fin llegó a la playa, sin mochila, sin carga.
En
la playa todo estaba desierto. El mar congelado, el cielo negro.
Debía darle vida a todo aquello.
Fueron
días oscuros, días en los que sentía que no iba a poder
resucitarse, días en los que sentía que su Ser la había
abandonado, sus guías se habían alejado, su amado ya no la
visitaría más.
Hasta
que, una noche, puso su mano en su corazón, cerró los ojos y sintió
sus latidos golpeando su pecho. Entonces, supo que ella estaba ahí
dentro, esa diosa de luz que había vivido dentro de ella, estaba
ahí, siempre lo había estado, sólo dormía, a la espera de que
ella la volviera a despertar.
Un
centenar de rayos de luz emergieron de su alma e iluminaron todo
aquel lugar...
El
agua del mar brillaba como nunca, las olas ondeaban en una danza
bellísima que la incitaban a bailar con ellas, el cielo estaba
adornado de estrellas brillantes y centelleantes, la luna era pura
plata fulgurante...
Con
el paso de los días, su amado, aquel ser que aparecía entre sueños,
volvió a comunicarle su regreso a ella, su reencuentro. Le recordaba
joven, apuesto, guapo, lleno de luz, amándola tanto...buscándola
como antes, dispuesto a hallarla a como diera lugar.
Vivía
feliz, en la espera, recuperándose más y más a sí misma, viviendo
el amor hacia el todo, hacia su Ser, hacia su amado, la llamada llama gemela.
De
pronto, una noche, un desconocido se acercó a su orilla. Era un
hombre cargado con una mochila, como la que ella había estado
llevando tanto tiempo.
Se
iba acercando más a ella, pero iba distraído, ajeno a su presencia.
Sintió
curiosidad, sintió alegría, sintió esperanza...
Sin
saber bien por qué, su corazón saltaba de emoción, su alma estaba
rebosante de felicidad.
¡Era
él!, ¡su amado, su llama gemela!, apenas podía ver su rostro,
estaba demasiado oscuro, pero le sentía, sentía su energía,
aquella con la que tanto tiempo había convivido, aquella que tanto
había amado.
El
hombre parecía preocupado, apesumbrado, exhausto. Se estiró en la
arena y se quedó dormido.
Ella
se acercó a mirarle mientras dormía. Su bello rostro estaba
castigado y envejecido, su cuerpo parecía haber soportado un camino
muy difícil y duro, su expresión, aun durmiendo, era la de un ser
demasiado decepcionado de la vida. Pero era él, no había ninguna
duda.
Estuvo
horas mirándole, llorando por la emoción de haberle hallado. De pronto, no
pudo resistir mirar en su mochila, inducida por las olas, sus guías,
que la impulsaban a indagar en su dolor para poderle ayudar y conocer mejor.
Leyó
durante toda la noche, le leyó el alma, el corazón, los
pensamientos, leyó todo lo que pudo, aunque sabía que aún quedaban
muchos libros en la mochila para leer.
Sintió
todo su dolor en su alma, cada lágrima derramada por él fue
derramada por ella al descubrirla grabada en su corazón.
Y
agotada de llorar por su amor, por aquel hombre que estaba a su lado,
esperó a que abriera los ojos para recibirle con su amor infinito,
mientras intentaba vaciar la mochila de todo aquello que ella
consideraba nocivo para él.
De
pronto, una voz irrumpió en su concentrada tarea y la sobresaltó.
Perdona,
¿qué estás haciendo con mi mochila?- Le dijo algo enfurecido.
Intento
ayudarte, llevas demasiado peso aquí dentro y aún te queda mucho
camino por delante.
¿Qué
quieres decir?¿Cómo sabes tú que aún me queda camino? y...¿Quién
te ha dado permiso para hacer eso?
Uys,
¡cuántas preguntas que haces!- le dijo aturdida por su
comportamiento, parecía que no la reconocía, ¿cómo podía ser
eso?
¡Pero
contéstame!
Ella
sonrió paciente y se sentó en la arena con la mochila en sus manos,
esperando a que él también lo hiciera. Ya había comprendido con
tristeza que él no sabía que estaba frente a su compañera de
camino, su complemento en polaridad. Sin embargo, ella había
aprendido a ser muy paciente, la vida le había enseñado justamente
eso.
Está
bien, te contestaré a todas las preguntas que me quieras hacer.
Primero, llevas demasiado peso, tienes que irte deshaciendo de
algunos recuerdos. Vamos a ver, éste ¿para qué lo quieres? - dijo
extrayendo un hecho vivido por él guardado con ahínco en la mochila.
¡Deja
eso! -gritó él cuando vio que ella hurgaba donde nadie había
hurgado antes.
Está
bien, está bien, te voy a permitir hacerlo tú mismo, pero tienes
que desechar todo esto, porque si no lo haces no podrás dejar
espacio para lo bueno que tiene que llegar a tu vida.
¡Qué
sabes tú de mi vida! ¡No sabes nada!
Tienes
razón, no sé nada, pero lo sé todo, eso sí, te voy a dar la
oportunidad a ti de explicármelo todo, porque quiero saberlo todo de ti, todo.
¡Estás
loca!¡No sé quién eres!
Ya
veo que no sabes quién soy, pero eso no significa que yo no sepa
quién eres tú.-Le dijo con pesar.
Escucha,
no sé de dónde has salido, ni qué quieres de mí, pero estoy muy
cansado ya de tropezarme con personas que sólo me hacen daño y que
creen saberlo todo de mi, como tú, y en realidad no sabéis nada,
no sabes el dolor que he sufrido, no sabes cómo las desilusiones de
la vida me han ido destruyendo poco a poco, y no quiero hablar
contigo, no te metas en mi vida y deja ya mi mochila, lo que hay ahí
es sólo mío.
Ella
le entendía, pero un dolor punzante la estaba haciendo desfallecer.
Aún así, debía ser fuerte, debía ayudarle, por fin había llegado
a su vida, pero él no estaba preparado para ver más allá en ella,
no era el momento adecuado y debería dejarle marchar con todo su
dolor.
Aquel
joven andante, que ya no tan joven por los años transcurridos, agarró
con fuerza su mochila y la volvió a colgar a sus espaldas dispuesto
a marcharse y continuar avanzando.
¡Espera!
-gritó ella corriendo tras él en un intento de dejar en él una
semilla de amor que le ayudara más tarde a reconocerla- sólo
escúchame un minuto, por favor.
Tengo
prisa.
Sólo
un momento, -insistió- seré breve.
De
acuerdo, pero rápido, me queda poco tiempo para encontrar lo que
busco, y estoy demasiado cansado ya.
Mírame
a los ojos, escúchame, déjame entrar en ti.
¿Qué
quieres decir?
Tú
hazlo, no te haré daño.
Sin
saber bien por qué él se dejó llevar por la situación, y miró a
aquella extraña mujer a los ojos sin apenas pestañear, tal vez solo
para complacerla y así ésta le permitiera marcharse enseguida.
Ella
se adentró en su alma, en su Ser, en su corazón, y le envió todo
su amor, toda la luz que pudo, junto a un mensaje codificado que
debería descodificarse en el momento en el que él estuviera
dispuesto a abrirse al verdadero amor.
De
una forma insólita, él empezó a sentir algo que nunca había
sentido, algo que no sabía cómo definir, tenía curiosidad y quiso
quedarse inmóvil allí, tratando de averiguar qué era lo que estaba
notando en su corazón, pero su mente interfirió de nuevo y se
distrajo de lo que estaba sintiendo, restándole importancia.
Tras
unos segundos mirándola y fluyendo con aquella experiencia tan
singular, bajó la mirada confuso y aturdido y se apartó de ella.
Debo
marcharme ya, lo siento.
Sí,
está bien, lo entiendo.-le dijo mientras sus lágrimas luchaban por
emerger de lo más profundo de su alma.
Pero
no me has dicho nada, ¿qué tenía que escuchar?
Lo
que tenías que escuchar no lo tenían que percibir tus oídos.
Ella
era para él una mujer realmente extraña que despertaba su
curiosidad, pero tenía que seguir caminando y no podía
entretenerse más.
Así
que se alejó lentamente, con su mochila a cuestas, mientras ella se
giraba para llorar en silencio, de espaldas al hombre de su vida, su
compañero, aquel que durante tanto tiempo había estado esperando,
destrozada por haberle perdido sin poderle decir quien era ella.
Unos
segundos después, algo la impulsó a mirar hacia atrás y enviarle
de nuevo su amor, y sus miradas se encontraron en la lejanía.
Tal
vez regreses algún día, querido compañero.- Se dijo mientras su
mano se posaba en su corazón para retener su dolor, para impedir
que la destrozara.
Tranquila-
le dijeron las olas en su habitual susurro -volverá cuando sea el
momento adecuado, ahora tendrás que aprender a amarle mejor, amarle
más incondicionalmente, con más paciencia, con más elevación,
respetando su proceso interno, aun sabiendo que se ha alejado de ti,
deberás enviarle tu amor con más fuerza, para que pueda salir de
su oscuridad y así eliminar la niebla que le envuelve y le ciega.
¿Y
cómo podré ser capaz de hacer algo así? -dijo entre sollozos de
dolor y de rabia- Soy humana, aunque mi alma le ame, mi parte humana
ahora está resentida, ¿por qué después de tanto esfuerzo en mi
vida y de tanta espera, él no ha sido capaz de estar a la altura?,
no es justo, no es justo...
Debes
centrarte en ti, en elevarte, en continuar limpiando tus emociones y
tus bloqueos. Esta experiencia te ha demostrado que aún tienes que
aprender mucho sobre el amor incondicional, porque te duele que se
haya ido, te duele que no recuerde su amor por ti, te duele que
pueda enamorarse de otra mujer en su camino y olvidarse del todo de
ti, su compañera de alma, pero debes aceptar esa posibilidad y
amarle a pesar de todo, sólo así habrás aprendido lo que es el
verdadero amor, amar sin esperar nada a cambio, amar a tu compañero
aunque no pueda estar junto a ti como lo que tú desearías, tu
pareja humana.
No
sé si seré capaz de llegar a ese nivel de incondicionalidad, mis
queridos guías, estoy hastiada, agotada, sin ganas de vivir, ya no
me quedan fuerzas para continuar mi camino hacia mi interior. Mi
misión en este lugar era junto a él, sin él no puedo completarla,
sin él todo se quedará a medias, pero no puedo obligarle a
recordarme, a reconocerme, a ser consciente... ¿Debería retirarme
de la misión? ¿Debería volver a la senda que ya transité?
No.
La flaqueza de tu ego es precisamente esa. No puedes centrar tu
felicidad en el amor de tu compañero, sino en el amor hacia ti
misma, lo demás llegará solo, cuando todo esté preparado para que
así sea. Camina hacia tu ser, aún tienes mucho que descubrir.
Ella
se durmió llorando, rendida ante sus emociones, aquellas que creía
sanadas, aquellas que creía superadas, y se dio cuenta de que no
podía dejar que sus pensamientos y emociones condicionaran su vida y
su amor.
Pero...¿Volvería
algún día aquel hombre andante a su vida?
Eso
tal vez debamos esperar a saberlo más adelante... si la leyenda
continúa...
Eva Bailón...