Cuando
decidí nacer en este planeta me hicieron firmar un contrato en el
que se me aseguraba que tendría a mi disposición algo a lo que
llamaban “libre albedrío”. La verdad es que no sabía muy bien a
qué se referían con eso y como no me fiaba mucho, antes de dar el
sí, quería asegurarme de que eso no iba a ser contraproducente para
mí. Todos sabemos que en la Tierra los seres humanos experimentan un
sinfín de circunstancias para las cuáles no estamos del todo
preparados y que es muy difícil la vida en un cuerpo denso y sujeto
a un complejo sistema de creencias y unas emociones que son como una
montaña rusa de esas en las que a veces te arrepientes de haber
subido.
No
es que yo no fuera inteligente o no tuviera capacidad para entender
qué es la libertad, es sólo que la había experimentado en un
concepto mucho más amplio de lo que intuía que iba a ser en lo
venidero, estando ya inmersa en la existencia humana.
- ¿Qué implica tener libre albedrío como ser humano? - le pregunté al guardián de la barba blanca.
- Vaya, todo el mundo me pregunta lo mismo.- Me dijo con la mirada puesta en el documento que aún no había firmado.
- Ya, ya, pero ¿me vas a responder?
- No, da igual la respuesta, no importa.
- ¿Cómo que no? - le pregunté sorprendida. - Yo quiero saber cuáles serán mis libertades.
- Pues de eso se trata, de que lo averigües por ti misma, así que firma ya, que hay una larga cola de compañeros tuyos esperando y ya no nos queda tiempo.
¿Tiempo?
En fin, en aquel lugar perdido entre nubes yo no había escuchado
nunca a nadie hablar del tiempo, de hecho, no existe, no hay nada a
lo que aferrarse, ni hay pasado, ni futuro, sólo se vive el
presente, pero claro, allí abajo sí que se tiene en cuenta eso del
tiempo, tanto que incluso llevan un aparato al que llaman reloj, y lo
llevan puesto en su muñeca, y los hay de todo tipo, y los tienen por
todas partes.
Firmé
conformándome con lo que había y cerré los ojos para aceptar con
paz interior mi próximo destino, no sabía bien cómo iría, porque
era la primera vez que viajaba hasta ese lugar, pero me habían
hablado mucho sobre él, y es que la Tierra tiene mucha fama por
estos lugares, por eso sabía lo de los relojes y algunas otras
cosillas, y realmente me parecía absurdo, muy absurdo.
Acababa
de firmar el dichoso papelito cuando de repente sentí que algo
estiraba de mí con muchísima fuerza, como si algo me empujara desde
el otro lado, desde... ¿la Tierra?.
Y
en lo que en este planeta serían dos segundos de pronto sentí un
frío terrible y muchas ganas de llorar.
Ya
había nacido.
Ahora
que he terminado mi experiencia de vida como mujer y que estoy entre
hermanos, os puedo explicar en qué consiste el libre albedrío, al
menos cómo lo viví yo.
La
verdad es que cuando naces ya lo haces con ciertos límites
establecidos, eliges la familia, claro, yo lo firmé antes de nacer y
pude observar durante un tiempo a mis procreadores en estado etérico,
pero cuando ya estás allí, como humano, las restricciones comienzan
por dicha elección previa, la cual te sostiene y te mantiene en un
estatus del cual es muy difícil salir. Mi cuerpo físico, al que a
partir de ahora llamaré “plantilla humana”,contenía una
determinada genética que me predisponía a tener el pelo oscuro, los
ojos verdes y la piel clara, además de algunos factores de la
pesonalidad y de la salud que también estaban grabados en dichos
genes, y que me llevarían después a reaccionar, actuar y decidir en
función de lo acordado como plantilla humana y en función del
entorno en el cual estaba desarrollándome como persona. La verdad es
que el peso del linaje ancestral también tenía mucha importancia,
más de la que me hubiera imaginado, pues en el cuerpo mental había
residuos de sus experiencias a nivel emocional que incidían en mis
decisiones y en mis comportamientos, hasta el punto de influenciarme
a la hora de escoger pareja.
Por
aquí ya empecé a ver que el libre albedrío en realidad era una
elección tras otra en base a ciertos parámetros, es decir, sólo
podía escoger dentro del círculo al que se me permitía acceder.
Pondré un ejemplo. Uno de mis novios había nacido en una familia
bien posicionada, lo cual le había proporcionado una cierta
comodidad, con la facilidad moverse en lugares a los que yo sólo
había logrado llegar a través de mi imaginación. Solía ir a
navegar en el yate de su padre y por supuesto viajaba cada año a un
lugar diferente en las vacaciones. Estaba estudiando derecho en una
de las mejores universidades y en su tiempo libre escribía novelas
de suspense. Recuerdo que yo tenía serias dificultades para
conseguir apoyo de mi familia en cuanto a mi elección para estudiar
enfermería, me apasionaba ayudar a los demás y mi vocación era ir
en misión de ayuda a algún país donde se necesitaran enfermeros y
médicos. Nos conocimos en un evento espiritual, uno de esos en los
que una persona habla sobre la importancia de conocerse a uno mismo
y amarse, sobre la verdad interior y sobre nuestra capacidad de ver
con los ojos del corazón. Él había asistido porque tenía ciertas
inquietudes, su alma era profunda, así como la mía, y aquel lugar
fue el punto de encuentro pactado en nuestros contratos álmicos.
Hablando
de contratos de alma, pues sí, muchos encuentros, muchas personas
que hallé en esa vida como mujer, estaban ya preestablecidos y
firmados, así que, como humana, poco había elegido.
Hacer
uso del libre albedrío era poco más que escoger entre cuatro
opciones, porque la totalidad de ellas no estaban a disposición de
nadie desde el punto de vista humano.
Así
que empecé a indagar más allá. Yo no sabía quién era, no
recordaba de dónde procedía como Ser, así que no tenía ni la más
remota idea de qué estaba haciendo allí, y al intentar indagar
sobre el libre albedrío y su verdadera naturaleza, comencé a
preguntarme quién era yo.
No
fue fácil, ahí fue cuando me di cuenta de que no tenía libertad
total, pues estaba sujeta a las opiniones de la familia, a la
economía, a la sociedad, a las reglas y la política de los
gobiernos...
Mi
sensación de ser diferente había nacido debido a que la misma
sociedad, a la cual yo pertenecía, apartaba y catalogaba de
“problemáticos” a aquellos que se atrevían a dar un paso fuera
de las normas que todos seguían como borregos amaestrados. Sí, sí,
amastraestrados, porque iban todos al mismo ritmo, haciendo lo mismo,
como hipnotizados, y ante eso, a mí me quedaban sólo dos opciones,
pensar que tenía un problema, o pensar que yo era diferente porque
pensaba diferente.
En
ciertos momentos realmente me planteaba si la gente razonaba
libremente o si sus pensamientos eran la creación colectiva de algo
que los movía a todos más o menos hacia los mismos lugares. Era
como vivir en un lugar donde la gente se reunía por grupos, los
médicos, los abogados, los religiosos (aquí con sus subgrupos), los
maestros, los políticos, los artistas (los infravalorados)... y en
cada grupo había ciertos comportamientos, en fin, no quiero dar más
detalles de esto, pues es que el entramado mental complejo y absurdo
de los seres humanos se hacía palpable en su comportamiento social y
claro, los ricos tenían ciertas tendencias, los pobres otras, los de
clase media otras, y las profesiones también definían los
comportamientos, todo un mundo de diferencias que se empeñaban en
marcar con fuerza para poder competir más y mejor entre ellos.
Y
yo, ¡pobre de mí!, yo que provenía de un mundo angelical, donde
sólo respiraba y me alimentaba de amor, como mujer humana sólo
sentía añoranza y dolor.
Quería
amor, sólo eso, amor, derramarlo para otros y recibirlo de igual
forma, pero sólo sentía sufrimiento en los demás, incoherencia,
tristeza, y eso era lo que yo misma emanaba sin darme cuenta.
No
comprendía qué libre albedrío tenía un niño africano que no
tenía nada para comer mientras otros se bañaban en opulencia y se
preocupaban porque no sabían qué coche se iban a comprar para su
colección, no aceptaba que unos sufrieran tanta carencia cuando en
el mundo había tanta abundancia, no me resignaba a ver tanta
hipocresía, y me rebelaba contra todo y contra todos.
Ay,
sí, fue muy duro, mis queridos hermanos, ver tanta inmundicia, tanto
dolor, tanta avaricia, tanto desamor, pero la realidad es que no
estaba viendo mi propia incongruencia conmigo misma.
¿Aprender?
Sí, aprendí que ser humano no es fácil si permitimos que la mente
nos doblegue, aprendí que lo que el hombre llama corazón no es más
que la extensión de la mente en su faceta emocional y que por tanto
se rige por las pautas mentales y no por la esencia interior, aprendí
que el amor no es apegarse a alguien y quererlo poseer, aprendí que
no tengo más libertad que la que mi actitud me permita adquirir,
aprendí que no se trata de buscar afuera lo que necesito, sino de no
necesitar nada y de hallar todo lo que tengo y lo que soy dentro de
mí, aprendí que somos divinidad pura y que nos perdemos en la
experiencia humana hasta el punto de olvidar que el verdadero amor es
la incondicionalidad, la supremacía de lo más elevado y que eso lo
llevamos en nosotros seamos o no seamos hombres y mujeres.
Aprendí
que si realmente supiéramos quiénes somos, no permitiríamos tanto
dolor.
¿Y
sabéis una cosa? El hombre que me asesinó finalmente, sí, la
muerte fue algo trágica, pero ahora que recuerdo que así lo pacté
no me importa tanto, ese hombre era uno de vosotros, alguien que
también firmó experimentar en el planeta Tierra, un hombre que aquí
era todo amor, y que allí acabó desquiciado, y es que cuando
escogemos nuestro papel en ese mundo tan loco, lo hacemos en función
de lo que ya existe, de lo que el ser humano ha creado. Su teatro, su
mundo holográfico, es sólo una proyección de lo que sus mentes
llevan a cuestas, y hasta que no cambien y comiencen a actuar desde
el amor que son, el amor que somos, el panorama no se transformará.
Algunos
creían que yo era una demente, otros que era infantil e inmadura,
sí, lo creían realmente, sólo porque tenía fe en que algún día
nos amaríamos todos y nos respetaríamos. Los seres humanos han
perdido la fe en sí mismos, pero yo no la perdí en ningún momento,
por eso me encerraron. Allí, entre esas frías paredes, hallé mi
muerte, a manos de otro perturbado, alguien que creía que yo era un
demonio, un ser malvado. Ahora me río, todo sucedió porque le dije
que le amaba y le pareció tan sumamente extraño que... bueno, ya
sabéis el final.
Y
aquí estoy, me han propuesto volver a la Tierra, y no sé, tal vez
regrese, por amor, por amor a todos los que están perdidos,
confundidos, y por él, por ese pobre desquiciado que me quitó la
vida, sí, porque él tendrá que regresar, y al fin y al cabo, era
mi esposo aquí, en este paraíso de amor, en este plano etérico y
divino, y allí se olvidó completamente de quién era él y de quién
era yo, se trastornó y se convirtió en mi asesino.
Hasta
ese punto llegamos a olvidar quiénes somos, ya va siendo hora de
recordarlo...
- ¿Vas a firmar ya?
- Sí, sí, pero primero una pregunta.
- Muy bien, pero rápido, todos estos hermanos también tienen que firmar y con tu historia me va a costar convencerles.
- Bien, no se preocupe, seguro que firmarán, pero ¿qué significa esta frase?
- Significa que vas a nacer en plena transformación de la humanidad.
- ¿Eso quiere decir que podré experimentarlo?
- Eso quiere decir que te espera una gran aventura de amor, un viaje hacia una vida que no te volverá a llevar a plantearte si merece la pena ser humano.
- Entonces ¿la merecerá?
- Pues de eso se trata, de que lo averigües por ti misma, así que firma ya, que hay una larga cola de compañeros tuyos esperando y ya no nos queda tiempo.
Tiempo...
Arael
Elämä