El
espejo me devolvió una imagen de mí muy distinta aquella mañana de
otoño. Por primera vez podía verme de verdad, más allá de los
filtros de mi propia inconsciencia y mi propio desamor hacia mí. Ya
no criticaba mi piel pálida, ni mi aspecto de mujer madura, ni mi
flacidez, o mis canas, ya no juzgaba lo que el tiempo había hecho
con mi figura femenina, ni me lamentaba de mis arrugas, o de las
lágrimas que habían dejado huella en mi cuerpo, en mi rostro, en mi
mirada. No me entristecía por ver que mi sonrisa no era perfecta, ni
me reprochaba no ser suficientemente atractiva por esos kilos de más
que desfiguraban mi silueta. Ya no me sometía a los crueles juicios
acerca de mi manera de vestir, o mi falta de estilo, fuera del
alcance de lo que a muchos hombres les hubiera hecho fijarse en mí.
Yo
era yo, y no el esperpento de un dibujo mental en la cabeza de una
sociedad enferma.
Permanecía
allí, desnuda, contemplando mi belleza, ésa que nunca aprecié, ésa
que otros no podrían valorar nunca; una belleza que no se reducía a
la parte física, sino que iba más allá de lo que recibía en mi
interpretación sobre lo que yo soy; una belleza que sólo se
manifestaba ante los ojos del alma.
Recordé
entonces nuestra conversación, todo lo que supe decirte por fin,
todo lo que descargué desde mi interior, todo lo que merecías
saber, lo que merecía expresar, mientras me escuchabas por primera
vez sin interrumpirme.
“No
soy esto que estás viendo, soy mucho más, soy algo que tú no ves
porque estás ciego de prejuicios, ciego de ideas preconcebidas que
ni siquiera te planteas antes de permitir que emerjan en forma de
palabras hirientes hacia mi persona. No soy tu interpretación de mí,
no soy ese arquetipo mental que piensas y enjuicias, no soy tu
títere, ni tampoco te pertenezco aunque me ames, o me odies, o
simplemente desapruebes mi manera de vivir.
Así
que no tienes derecho a obligarme a ser como crees que debería ser,
ni tienes derecho a criticar mis actos cuando tú no conoces lo que
me llevó a actuar de esa manera, ni tienes derecho a tratar de
manipularme o controlarme sólo porque te sientes en una posición
superior a la mía.
No
eres superior a mí, ni eres mejor que yo, crees que tus actos
definen quién es mejor y quién es peor, pero ¿quién decide el
valor de los actos que efectuamos?
Desde
tu perspectiva yo no estoy haciendo las cosas bien porque en tu
escala de valores no entro dentro de lo que tú consideras aceptable,
pero sólo es tu escala de valores, no la mía, y me da igual que la
tuya sea la de la mayoría, pues eso sólo significa que hay un gran
número de personas que cree en algo, no que ese algo sea correcto o
cierto para todo el mundo. Sé perfectamente que si mucha gente
cree una mentira, ésta se convierte en su verdad y la razón que
ellos darían para consolidarla sería precisamente que la mayoría
lo cree así.
Crees
ser una buena persona, sin embargo usas la violencia contra mí
cuando tratas de convencerme de que mis decisiones no son adecuadas y
así imponerme tu manera de ver la vida, o cuando me exiges cambiar
mi forma de ser en base a que me estoy equivocando desde tu punto de
vista, como si algo o alguien te hubiese otorgado a ti la sabiduría
suprema y la perfección para tener el derecho de juzgarme y
sentenciarme.
Cada
vez que me dices que deje de hacer lo que hago, que haga lo que hace
la mayoría porque esa es la forma adecuada, cada vez que me criticas
a mis espaldas creyéndote poseedor de la única verdad, demuestras
una arrogancia y una prepotencia que nacen de tu inconsciencia.
Si
eres un verdadero sabio, si realmente sientes a tu alma guiando tu
vida, deja de tratar de cambiarme, de cambiar a otros, y simplemente
acéptame como soy, acepta el nivel de consciencia de cada uno, ama
lo que ves sin tratar de que sea moldeado a tu conveniencia.
Sé
que hay cosas que pueden afectarte, cosas que otros hacen, y que eso
duele, molesta y escuece, pero en tu resistencia hacia lo que sucede
a tu alrededor se encuentra tu sufrimiento, y ese sufrimiento causa
ira y tu ira es proyectada hacia el mundo, creando más situaciones
de rabia, dolor, desesperación.
Paradójicamente
aprendí con mucho dolor que, si yo sufro, el mundo entero sufre,
porque todos somos uno, no estamos desvinculados, y proyectamos
nuestras emociones y pensamientos a la inconsciencia colectiva, sí,
inconsciencia, porque no nos damos cuenta, porque la desdicha nace de
nuestra propia inconsciencia individual, y sólo siendo conscientes
de ello podemos dejar de proyectar aquello que nos hace daño, así
que me dije a mí misma que sólo desde mi amor hacia mí podría
realmente aprender o recordar cómo amar a los demás, y el amor no
es reproche, por eso no es necesario pedir perdón, porque cuando se
ama de verdad no hieres a nadie a propósito, y cuando lo haces, el
otro lo comprende si de veras te ama, y ahí sobran las palabras,
sobran los perdones, pues sólo habla el amor.
Pero
también he sabido que no puedo exigir que lleguemos a un alto nivel
de consciencia, ni a mí, ni a nadie, sino que debo dejar que todo
fluya de forma natural en cada uno de nosotros, y gracias a eso nació
un gran respeto hacia los procesos individuales de vida, hacia los
diversos niveles conscienciales, amándolos sin intentar cambiarlos,
pues sólo yo puedo ser responsable de mí misma, los demás tienen
su propio camino y yo no tengo que hacerlo por ellos.
Entiendo
que tú no sepas respetar mi proceso de vida, que no puedas
comprender mis decisiones porque son muy distintas de las que tú
tomarías, y que te afecte mi manera de ver la vida y te molesten mis
acciones, pero no permitiré que tu violencia me atrape, me ciegue y
me separe de mí misma.
No
creas que te acuso, no, sólo trato de ofrecerte mi punto de vista,
al igual que tú me ofreciste el tuyo y quisiste imponerlo por encima
del mío, con la excusa de que yo estoy errada, o con el objetivo de
hacerme sentir culpable y así poder justificarte.
Ya
no, y lamento que te disguste lo que soy, cómo soy, y lo que hago,
pero si pidiera disculpas por ser quien soy sería como pedir perdón
por haber nacido, y eso es como negar la vida. Yo amo la vida, no la
niego, amo y confío en la vida, y como tú formas parte de ella,
espero y deseo que vivas la tuya sin que la mía te descentre de
ella.
Gracias
por escucharme.”
Aquellas
palabras me devolvieron a mí, sustrajeron lo que yo no soy, me
elevaron hacia mi consciencia verdadera, y me llevaron hasta aquel
momento frente al espejo.
Y
las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, nublado de la
tristeza por tanta autocrítica, por tantos pensamientos que usaba
para fustigarme, por tanta violencia hacia mi persona, por mi falta
de aceptación y de amor. ¿Cómo pretendía que se me respetara si
yo misma no lo estaba haciendo?. Y me pedí perdón varias veces,
queriendo compensar mi falta de reconocimiento, mi desconexión con
mi esencia real, mi inconsciencia...
Llanto
de arrepentimiento que después se transformó en la alegría de ver
que por fin me estaba despertando al verdadero amor, fuera ya de
tantas creencias acerca de él, fuera de tanta hipocresía
espiritual, de tanto autoengaño, de tanta confusión respecto a lo
que es Ser, respecto a lo que es Amar.
Por
un segundo sentí en mi pecho la magnificencia del Amor
incondicional, y se me expandió el alma hasta el infinito,
comprendiendo en mi interior que estoy en todo, experimentándome en
cada ser, en cada partícula, en cada vida...
Creí
que había desencarnado, que mi cuerpo había quedado allí, inmóvil
e inerte, mientras yo volaba libre, sintiéndome más viva que nunca.
No
percibía el tiempo, podía notar cómo los acontecimientos de la
Tierra sucedían todos a la vez y los observaba. Diversas líneas
temporales como cuerdas de un violín pasaban ante mí, algunas se
entrecruzaban y otras se distanciaban, como si estuvieran creando una
melodía para cada ser, y las almas de todas las personas estaban
comunicadas por un hilo energético que las unía, algunas por varios
hilos, otras por cordones más gruesos, como si fueran cordones
umbilicales de corazón a corazón. Desde las cabezas de algunos
individuos una especie de tubo energético se alzaba y conectaba con
otras partes de sí mismos que se hallaban en diversas dimensiones.
La energía estaba en todas partes, horizontal y verticalmente se
emanaban luces de colores variados, y en sus propios cuerpos físicos
se desprendían luces de tonos muy dispares.
Eso
era la vida y la consciencia, era un milagro.
- ¿Dónde estoy? - me dije a mí misma.
- En todas partes – me respondió aquella voz.
- ¿Quién eres?
- Ya sabes quién soy, has hablado muchas veces conmigo.
- ¿Eres mi Ser?
- No, tu ser eres tú, está en ti, no es algo exterior a ti misma.
- ¿Y tú quién eres? Realmente no sé, no me imagino.
- Soy parte de ti, por eso siempre te acompaño, estoy dentro y fuera de ti.
- Ya sé quién eres. ¿Hemos desencarnado? ¿Estamos regresando a casa?
- No. Esto sólo es una pequeña visita a la Realidad que hay detrás de los velos. Una ínfima parte de lo que irás descubriendo poco a poco.
- Entiendo. Entonces sólo he salido de mi cuerpo, ¿no es así?
- Así es.
- ¿Y por qué ha ocurrido esto?
- Porque estabas preparada para ello.
- ¿Y qué pasa con mi cuerpo físico? ¿Está inconsciente?
- No, mírate, puedes observarte, estás allí y aquí al mismo tiempo, pero tu consciencia está ahora mismo depositada en esta experiencia.
- ¿Quieres decir que si quisiera desplazar mi consciencia podría hacerlo?
- No exactamente. Estás en muchos lugares a la vez y la consciencia está fractalizada en cada lugar donde estás, así que de alguna forma puedes conectar contigo misma, con cada fractal de tu consciencia y sentirte allí, no es tan complicado.
- ¿Y es posible que conecte con la consciencia de otras personas?
- Por supuesto, en realidad, en una dimensión muy elevada, la dimensión del Uno, todos estamos diluidos, interconectados perfectamente, así que se puede afirmar que todos somos ese Uno experimentándose a sí mismo en diferentes dimensiones, en diferentes formas energéticas, y por lo tanto, todas las consciencias son la misma viviendo la experiencia ilusoria de la separación.
- Sí, lo entiendo, lo entiendo todo, es maravilloso, aquí todo es tan claro.
- Es normal, tu consciencia está conectada con todo.
- ¿Y qué hago para regresar a mi cuerpo?
- Sólo toma consciencia de él y abre los ojos.
Y
allí estaba, frente al espejo, viéndome completa por primera vez,
mujer humana, alma estelar, mente consciente, corazón en amor
incondicional.
Arael
Elama.