Ella
estaba dormida, como cada vez que le veía, los sueños eran el lugar
donde podían encontrarse, superando los obstáculos que la vida
terrenal les imponía, distancias, barreras, situaciones, todo eso
quedaba atrás cuando se reunían en el plano astral, y ella sabía
que allí ambos eran sólo dos almas sin ataduras de ningún tipo.
Aquella
noche el escenario era algo diferente de lo habitual en aquel lugar
onírico, en el que normalmente todo parecía idílico. El estaba
sentado en un banco, bajo los árboles, frente a un gran lago de
aguas cristalinas que reflejaban la luna llena.
Su
rostro mostraba tristeza, desolación, su mirada ausente parecía
estar perdida en algún pensamiento al que ella no lograba llegar.
Se
sentó junto a él, le tomó la mano, sintiendo su piel suave y
pálida, y suavemente le preguntó:
- ¿Qué es lo que te tiene tan apagado y preocupado, amor mío?
- En realidad no sabría explicarlo- contestó divagando.-No comprendo cómo funciona el ser humano, no comprendo esta vida.
- Mírame a los ojos, por favor.-Pidió ella con un amor infinito.
Él,
con cierta apatía, asomó su mirada de ojos claros hacia la
profundidad de los de la mujer que le hablaba, y en ese justo momento
ella, al descubrir su mirada, cayó precipitadamente en su alma,
descubriendo todo su dolor, su tormento, su desesperación. Tantas
dudas, tanto sufrimiento, tantos desengaños, tanta amargura, tanta
búsqueda... Sintió en su corazón la dureza de su desconsuelo y
lloró con su llanto.
- Tu vida ha sido realmente difícil, has experimentado tanto, has padecido tanto, has estado en la cima, has tenido que luchar mucho, has caído en lo más hondo del dolor, has resurgido... hay tanta confusión en ti...
Sus
ojos se llenaron de lágrimas al escucharla decir todo aquello,
sentía que ella le conocía de verdad, le comprendía, había
llegado a lo más recóndito de su alma, y había sentido su amor,
ese amor tan grande que tanto necesitaba...
- Yo siempre he estado contigo, te he estado observando y acompañando, porque nunca me separé de ti -afirmó ella con toda su dulzura- Jamás te abandoné, pero tú nunca te diste cuenta de que yo estaba aquí, junto a ti. Sé cuánto te ha defraudado el ser humano, y cuánto has sufrido, te has sentido despreciado, utilizado, te has sentido desamparado, olvidado, pero yo no te olvido, nunca lo hice...Ahora, que te siento tan hundido en esta lucha interior que siempre has vivido en este mundo, puedo decirte que te estoy cuidando, que mi abrazo está aquí para ti.
La
mujer le acarició el rostro suavemente con los dedos de su mano,
desde sus lágrimas que se deslizaban hasta sus mejillas. Luego, con
suma delicadeza, besó cada gota de aflicción que derramaba su
tierna mirada, hasta besar su alma a través de sus labios deseosos
de amar.
Después,
le abrazó fuertemente, uniendo su corazón al de él, enviándole
así tanto, tanto amor, que un gran destello de luz rosada les
envolvió por completo.
- Siénteme, mi cielo, no voy a dejarte solo, sigo aquí. -Le susurró ella mientras le escuchaba llorar como un niño. -Sé que vivir en este lugar no es fácil, sé que te preguntas qué haces aquí, sé que no entiendes muchas cosas, sé que desearías estar en un mundo diferente, sé de tus anhelos, sé de tu alma bella y pura, elevada, hermosa, amorosa, sé que te sientes confuso ahora mismo, pero yo te estoy cuidando, créeme.
- ¿Quién eres tú, que me haces sentir esta sensación tan extraña, esta complicidad? -preguntó él entre sollozos- ¿Quién eres tú que me haces sentir como si estuviera en casa?¿Por qué quieres ayudarme?
La
mujer, de nuevo susurrándole al oído, casi besando de nuevo su
alma, pronunció unas palabras que acariciaron y acunaron su corazón.
- Yo soy quien te ama. Tú ya sabes quién soy, sólo tienes que acordarte.
Dejó
de abrazarle un segundo para volver a mirarle a los ojos, ya más
calmados y vivaces, y besando de nuevo sus labios colmados de anhelo,
se despidió repitiéndole de nuevo...
- Yo soy quien te ama, no lo dudes, te estoy abrazando, te estoy cuidando...
Y
se alejó poco a poco, sintiendo que su presencia había sido un
gran consuelo para el alma de aquel hombre, aquel ser al que tanto
amaba y extrañaba...
Despertó
aquella mañana feliz, porque supo que esta vez había sido ella
quien había podido ayudar y rescatar a su querido amado, ese
misterioso hombre que veía de vez en cuando en el mundo onírico...
Tal vez, imaginando, tal vez soñando, tal vez sintiendo con fuerza en su alma
que él no estaba bien, que estaba atormentado por sus viejos
fantasmas... Tal vez incomprensible, pero real en otros niveles de consciencia...
Arael
Bello,sin palabras pues no se puede describir lo que haces sentir con tus escritos,dejas la mente bloqueada,tan solo puedo sentir...Mis palabras torpes quieren salir a borbotones a toda velocidad pero tan solo puedo contagiarme de ese Amor que enamas...
ResponderEliminarGracias, cielo, muchas gracias... El amor que emano es el amor que tú y todos somos, sólo hay que saber hallarlo en nosotros, pero tú eso ya lo sabes...
ResponderEliminarUn abrazo, princesa!!!
Arael!