Cada
vez que tengo ocasión voy de visita a mi ciudad natal para saciar la
añoranza que siento de pasear por sus calles, ver el mar, sentir esa
especial energía que contiene en sí misma, y sentir la mágica y
extraña cercanía de la presencia humana de mi llama gemela, como si
al ir allí la sintiera más, con más fuerza. Siempre creí que
estaba en algún lugar de mi ciudad, o que venía de visita con
frecuencia, por eso le busqué durante un tiempo hace ya muchos años,
basándome en su aspecto físico, ya que en sueños lo había podido
ver con bastante claridad, pero nunca tuve éxito, y con apenas
veinte años ya había sufrido demasiado su ausencia. Tomé la
decisión de olvidar mis anhelos, de desconectar de mi esperanza de
hallarle, y me convencí de que era todo una fantasía, abandonando mi
conexión onírica y etérica con él, para poder experimentar el
amor en el plano físico, con una persona que pudiera hacerme sentir
la maravillosa sensación de estar enamorada de alguien “real”.
Lo
cierto es que Barcelona es un lugar que contiene en sí mismo algo
que no se puede explicar, es una personalidad propia que me encandila
y me maravilla, aunque no es la unica ciudad que lo hace, sin embargo
es la que me vio nacer y eso la hace ya más especial.
Ayer
estuve de nuevo allí con dos buenas amigas con las que me reuno en
un punto intermedio entre donde yo vivo y donde ellas viven, y así
nos ahorramos tener que viajar más de tres horas para vernos.
Aun así, para vernos, las tres tenemos que ir en tren hasta el centro de Barcelona.
A veces, en estos viajes, pueden ocurrirnos hechos insólitos, tal vez muy simples para algunas personas, pero para mí son significativos, quizás porque soy "complicada", como algunos dicen, y pienso o analizo demasiado las cosas, o porque mi alma las ve de una manera diferente.
UN ENCUENTRO PECULIAR
Salgo de casa y tomo un autobús para llegar a la estación del pueblo donde vivo ahora.
El
viaje en tren es para mí muy placentero, me siento libre, es la
sensacion real que comporta el dejarse llevar, mientras observas el
precioso paisaje que envuelve la mágica montaña de Montserrat. Por
la ventana me quedo embelesada mirando el cielo, cubierto de nubes
que parecen haber sido pintadas en una magestuosa obra de arte, y
contemplando los árboles, que contienen en sí mismos la esencia de
la vida perfecta, su conexión con el cielo y la tierra los hace
increíbles, están dotados de la fuerza de la naturaleza y de la
capacidad de darnos la vida que ellos mismos desprenden al estar en
simbiosis con las energías de la madre Tierra y del Universo.
El
sol me deslumbra y me llena de vida y de entusiasmo, cierro los ojos
y me transporto, es como si me uniera con todo lo que veo y con todo lo que me
fascina, y me entregara a su belleza en un intento de experimentar lo
que es estar ahí fuera, siendo árbol, siendo bosque, siendo
montaña, siendo cielo, siendo luz...
Nadie
me está observando, estoy sola en esa parte del vagón del tren. Al
abrir mis ojos, de pronto los árboles se manifiestan ante mí como
si de alguna manera todo su color tomara vida, y me asombro al ver la luz
que desprenden, una luz que antes no había sido capaz de captar.
Prosigo
mi viaje, escuchando a mis músicos preferidos, piano, violín, y
alguna melodía cantada por algunos cantantes italianos que me
conquistan con su profundidad y su romanticismo.
Ya
casi llegando a mi estación, un hombre de apenas treinta años, se
acerca a los viajeros depositando a su lado un paquete de pañuelos
de papel con una nota donde explica que está al cuidado de sus hijos
y se gana la vida así.
No
soy una persona con capacidad económica suficiente como para donar
el poco dinero que llevo, al contrario, podría ser yo misma quien se
viera obligada a hacer algo semejante, sin embargo, no puedo
permanecer inamovible ante la necesidad de otros, por poco que pueda,
algo tengo que dejarle y al fin y al cabo, los pañuelos son útiles
siempre.
Así
que abro mi bolso negro con dibujos dorados, busco mi pequeño
monedero, y encuentro unas monedas en él, quisiera darle algo más,
deseo poder dar más, pero no puedo, así que sencillamente le deseo
lo mejor, como si en esa pequeña moneda pudiera dejar impregnada una
bendición para que las cosas en su vida tomen otro rumbo.
Ni
siquiera me planteo ya si miente o no miente, si nos engaña a todos
con su aparente tristeza, no me importa, al fin y al cabo, para mi
alma es un acto despreocupado, el dinero no es lo primordial, aunque
en este mundo lo hayamos creado como algo necesario para subsistir.
Al
cabo de unos minutos, el chico se acerca y yo le doy las monedas,
recoge algo más de otras personas y, para mi sorpresa, se sienta frente a mí mirándome de una manera intensa.
Me
fijo en sus ojos penetrantes y claros, aunque de un color que no sé
definir, diría que son verde ocre, mirada limpia, si bien refleja la
sutileza de una astucia aprendida a través de la miseria de una vida
difícil, su rostro es bello, muy bello, de piel morena, pelo negro,
labios gruesos y bien definidos, aspecto agradable.
- ¿Cómo te llamas? -me pregunta con cierto acento extrangero que no acabo de indentificar debido al ruido del tren.
Mi mente empieza a cavilar intentando defenderse de lo que no comprende. No
sé si darle mi verdadero nombre o inventarme uno, al fin y al cabo
es un desconocido que se ha sentado delante de mí sin venir a
cuento, sin embargo al final se lo digo con total tranquilidad, aún
sorprendida por la situación creada.
- Yo me llamo Marius, - me dice tomando mi mano derecha y besándola- tengo dos hijos, mi mujer murió hace dos años en un accidente de coche y me he visto obligado a trabajar haciendo esto. ¿A qué te dedicas tú?
- Pues no tengo un trabajo muy convencional, a parte de escribir, suelo ayudar a otros a ayudarse y a encontrarse consigo mismos, saber quiénes son y guiarles en su reencuentro con su alma y consiguiente reconocimiento.
- Es interesante- me dice con un gesto de incomprensión en su hermoso rostro. ¿Y tu marido trabaja?.
Comprendo
entonces la naturaleza de la verdadera intención de su pregunta,
aunque no deseo juzgarle, así que no me importa, le contesto con la
verdad.
No
oculto lo que soy y cómo soy, aunque ante un extraño se me hace
raro estar hablando abiertamente sobre mi vida personal y también
escuchar la suya. Sé que quiere continuar la conversación más allá
de ese encuentro en el tren, lo siento en él, puedo leerlo en su
mirada.
- Así que estás sola y tienes dificultades como yo.
- Es lo que tengo que experimentar, lo acepto, pero sé que yo soy la única que tiene el poder de cambiarlo, todos podemos cambiar nuestro futuro, sólo hay que dejar el miedo a un lado.
- Y ¿cómo se hace eso?
- Alguien me dijo una vez que el miedo es la respuesta de nuestro ego ante las situaciones que no podemos controlar.
- ¿Y cómo controlarlas? Creo que para dejar de tener miedo tenemos que poderlas controlar, ¿no?
- Ese alguien, me dijo que no se trata de buscar la manera de controlarlas, sino de soltarlas, de dejarte llevar y aceptar que no es posible hacerlo, convencer al ego de que no es su responsabilidad hacerlo.
- ¿Y eso cómo se hace?
- Fluyendo con la vida, como el río fluye por su cauce.
- No entiendo muy bien eso.
- De ti depende actuar o no, esconderte o enfrentarte, aprender o estancarte, crear un futuro diferente o quedarte en el pasado, hablarte con la verdad o mentirte, avanzar o retroceder, quedarte inmóvil o moverte... Cuando te dejas llevar por lo que tu espíritu le dicta a tu alma y te dejas llevar por ella, estás fluyendo con la vida, y cuando fluyes, todo es posible, y de pronto actúas cuando debes actuar, te enfrentas a lo que te debas enfrentar, aprendes de tu pasado y creces, creas un nuevo futuro diferente del que creías que tendrías, te mueves avanzando hacia tu vida, hacia tu elevación personal y espiritual.
- Vale, creo que quieres decir que para que mi situación cambie tengo que cambiar yo, ¿no es así?
- Sí, aunque así lo has simplificado mucho, pero es un comienzo.
- Comprendo, me has hecho pensar en algo que nunca había pensado, aunque no veo el modo en que pueda cambiar como tú dices.
- Me alegro mucho, me gusta haberte hecho pensar.
- Perdóname – me ruega uniendo sus manos en ademán de pedir disculpas- perdóname por hacerte esta pregunta, ¿quieres tener una relación de amistad conmigo? ¿Me das tu número?
Entiendo
la motivación de su pregunta, y entiendo que no hay mala intención
en ella, pero no sé qué puedo ofrecerle, no sé cómo puedo ser su
amiga, no sé cómo puedo unir mi mundo al suyo, en realidad, este
encuentro ha sido algo así como el tropiezo fortuito de dos seres
que viven en dos realidades muy diferentes, pero mi alma sabe
perfectamente que las casualidades no existen, que nadie aparece en
tu vida sin motivo alguno, que este cruce de miradas y palabras ha sido
importante de alguna manera en nuestros caminos. Sin embargo, estoy
descolocada, no sé qué decirle, por un momento dudo si darle mi
número o no dárselo, pero me siento incómoda, mi alma me dice que
no es necesario, que lo que teníamos que comunicarnos ya lo hemos
hecho, así que, sencillamente se lo manifiesto así.
- No es necesario, pero te agradezco tu interés.
En
ese momento ya llegamos a la estación donde tengo que bajar del
tren, él baja conmigo.
- Encantado de conocerte -me dice con sinceridad.
- Encantada también -le digo después de que me dé los típicos dos besos en las mejillas- espero que todo te vaya bien en la vida, Marius.
- Gracias, de verdad, gracias por estar conmigo hablando.
- De nada, ha sido un placer, gracias a ti.
Continuo
mi camino hacia el exterior del túnel, todavía sorprendida por lo
que me ha ocurrido con ese hombre, a veces estos sucesos me asaltan
cuando menos lo espero, no es esta la primera vez que me ocurre algo
así, de hecho, ya me ha pasado antes, y aun así no dejo de
desconcertarme. Pero no ando buscando el amor, ni tampoco busco
amigos, porque pienso que tanto una cosa como la otra llegan de
manera espontánea, y reconozco muy fácilmente cuándo mi alma
siente amor y amistad, cuándo hay algo más que una conexión
temporal entre dos personas que se han cruzado en la senda que
transitan. Hay hombres y mujeres que llegan a nuestros mundos para
quedarse, otros sólo lo hacen durante un tiempo medio, y otros están
sólo unos minutos o segundos ante ti, pero el alma es sabia y
siempre te da las respuestas que necesitas. Ella, mi alma siente el amor fraternal con suma facilidad, pero el amor romántico o el de amistad es otra cosa, no lo siento por cualquiera, no conecto con cualquiera.
Por
eso siempre escucho a mi alma, incluso en ese tren y en esa extraña
situación.
Salgo
ya al exterior, ya me he puesto mi gorro turquesa de lana, mi abrigo
negro, y puedo contemplar ante mí la magnífica imagen de mi ciudad.
Un tumulto de gente cruza la calle y se dirige hacia mí, yo camino
ensimismada, engalanada con la esencia que respiro y que proviene del
alma de Barcelona. Camino feliz, conectada con mi ser, asombrada por
todo lo que veo, la fuente, los adornos, la grandiosidad de lo que me
rodea. La gente se mueve con rapidez y yo me siento como si fuera un
personaje que ha llegado a una película a la que no pertenece, como
si me hubiera colado en ella para observarlo todo, cada detalle, cada
partícula de lo que está ahí, a mi alrededor. Mis pasos son
lentos, seguros, firmes, estoy contenta, feliz...me siento plena,
pero esta vez me cuesta notar la energía de mi llama gemela, tal vez
por la multitud de gente, me entristece un poco, a pesar del tiempo transcurrido aún debo descubrir cómo hacer para no sufrir su ausencia física, para acostumbrarme a ella, pero desde que resurgió en mí la esperanza de hallarle volvió con fuerza el anhelo, así que, me esfuerzo por ser fuerte y seguir adelante sin él, con el impetuoso clamor de mi alma por avanzar y elevarme más y más. Aprenderé a vivir como un ángel con una sola ala, y volaré de todas formas...
Allí
las veo, son mis amigas, están esperándome, me acerco a ellas, las abrazo con todo
el amor que mi alma desprende en ese momento, ya estamos juntas, ¡que
empiece el espectáculo!...
Continuará...
Arael..
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