“Me
encantó conocerte, gracias por todo”. Esas fueron mis últimas
palabras escritas en el whatssap de aquel hombre que tanto me había
enseñado sin darse cuenta. Al principio no sabía si enviar la
frase, no podía decidirme a despedirme para siempre de aquella
experiencia, pues había sido tan impactante y hermosa, y al mismo
tiempo tan dolorosa, que una parte de mí continuaba apegada y
deseosa de que hubiera sido de otra manera.
Sin
embargo, lo que había sucedido era lo mejor que podía suceder.
No
le conocía en realidad, quiero decir que no habíamos compartido
nada, tan sólo un café con hielo en una tarde de verano mientras
hablábamos de cosas profundas que pocas veces se pueden contar.
Su
mundo y el mío, lejos de ser similares, eran totalmente opuestos,
aunque en su interior y en el mío circulaban las mismas inquietudes,
los mismos sueños, la misma pasión, el mismo deseo de hallar algo
indescriptible y eterno en un mundo donde casi nadie se fija en lo
que somos, sino más bien en lo que aparentamos ser. Sin embargo,
toda esa profundidad todavía pertenecía al ámbito de la
personalidad, de los anhelos cobijados en la superficie de lo que
llamamos alma, como olas que ocultan la verdad más secreta, la más
sagrada, ignorada y olvidada de cada ser humano.
Aquella
sensibilidad punzante que luchaba por aflorar era ese punto
misterioso en común que me atraía de aquella persona tan
contradictoria, de aquel individuo que podía mostrar por un momento
una gran riqueza de corazón y en otro una despiadada injusticia
expulsada desde sus pensamientos egoístas, desde su lenguaje
hiriente, destinados a aquellas situaciones, o personas a las que él
no lograba comprender.
A
veces me preguntaba quién era él verdaderamente, cuánta
interpretación mental había en lo que percibía y cuánta realidad
estaba adivinando tras su máscara de hombre seductor y conquistador
implacable.
Y
sin embargo, no podía ser capaz de sentir desprecio, o indiferencia
hacia él, sino un amor sin nombre, una especie de comprensión de lo
que era, como si poseyera el don de atravesar su coraza con mi alma,
como si ésta me permitiera saber o leer su profunda verdad a través
de su superflua mentira.
Quizás
por eso no pude resistirme a entrar sin miedo en su universo, en esa
parte que él se atrevía a desvelar, poniéndola al descubierto
totalmente.
Para
mí era maravilloso descubrir a personas como él, no era la única,
ni era la primera que me encandilaba, que me hacía llorar con su
historia, y hacerlo me llenaba de un regocijo tan sobrecogedor que
realmente me conectaba con cada una de esas almas bellas que me iba
encontrando en mi viaje por la vida.
Pese
a que intentaba no caer en los juegos absurdos de las emociones, las
estrellas de su universo consiguieron desorientarme y caí en la
confusión, en el dolor, en el sufrimiento. Fue una torpeza por mi
parte no comprobar fehacientemente la identidad, la fragancia, de
aquella luz que él desprendía cuando se expresaba, pero la
necesidad de respuestas me llevaron a tergiversar los hechos y a dar
por sentado que nuestras semejanzas eran más poderosas que nuestras
diferencias.
Miré
el whatssap para comprobar si había leído mi mensaje, pero no lo
había hecho todavía. Sentía urgencia por despedirme de él, ya
había comprendido todo, los espejismos suelen tener un aspecto
atractivo y cautivador, y la verdad es que me había sentido como una
estúpida al caer en un juego tan insensato, un juego de mi mente, de
mi personaje mendigante y temeroso.
Me
traté con dureza, con suma severidad, para finalmente acabar
desnudándome de mis incoherencias y entregarme a mi alma por
completo.
“Ya
no más maltrato hacia ti misma, Bea”
La
experiencia con él me condujo primero a una gran desilusión,
evidentemente cuando descubres que todo lo que creías no es lo que
creías, tu estructura de pensamientos, de ideas, de creencias, se
desmorona ante tus ojos, despojándote de toda fe y de toda
esperanza. No obstante, aquello fue lo mejor que me podría haber
ocurrido, pues dio paso a la persona que soy ahora. Sí, persona, no
quisiera referirme más a hombres y mujeres, a amantes y a amores
verdaderos, ni a almas gemelas desde ese prisma romántico basado en
las canciones italianas o en las películas de Hollywood, sino que
preferiría hablar más de seres completos, que se aman
incondicionalmente desde su alma, que pueden dar tanto amor porque
les sobra, porque son fuentes inagotables de amor real, que iluminan
todo y a todos, allá por donde van, de una forma inigualable sólo
por ser lo que son sin rechazarlo, sin tratar de hacer algo que les
haga destacar en busca de reconocimiento, que dan todo lo que son
porque también se saben dar a sí mismos por entero, que no
distinguen preferencias entre flacos o gordos, negros, blancos,
amarillos, o cualquier color de piel, que no se fijan en edades, en
géneros, en orientaciones sexuales, que no ven ya más las
diferencias y no buscan amar sólo cuerpos bellos con la excusa de
encontrar dentro de ellos la misma belleza que hallan en lo
externo...
Quisiera
hablar de coherencia y de verdad, pero no de la verdad que se inventó
nuestro personaje, sino de la verdad del ser que llevamos dentro, la
verdad con mayúsculas.
Pero
lo cierto es que esto no lo entendía entonces, no había logrado
escuchar mi voz y me había distraído oyendo lo que quería oír.
Volví
a tratar de cerciorarme de que mi mensaje había llegado. Esta vez
así era, aunque no creía que fuera a responderme.
“Es
lógico que no responda, Bea, ya te has despedido, no insistas más y
vete”
Cerré
los ojos, respiré profundamente y apagué el móvil. La tarjeta sim
estaba en la parte izquierda. Me dispuse a extraerla cuidadosamente.
Ya no quería estar atada a nada de mi anterior etapa y tenía que
deshacerme de un terminal que ya no funcionaba bien, así que la
tarjeta con mi número viejo la daría de baja y el móvil acabaría
siendo sólo un objeto de recuerdo, olvidado en un cajón, o bien lo
llevaría a un punto verde para ser reciclado.
Por
un momento me había planteado qué haría si me respondía, pero
desestimé esa opción, yo sólo era un pequeño punto en un libro, o
una coma, para aquella persona, yo era totalmente insignificante.
Inmersa
en mis pensamientos, que traicionaban vilmente a mi paz interior, un
sonido musical interrumpió mi diálogo interior.
“Suena
mi móvil nuevo”
Era
un mensaje de voz de mi amiga Mónica. Me dispuse a escucharlo.
- Hola Bea, como te dije, Pedro y yo llegaremos a Barcelona mañana a las seis de la tarde, ¿podrás venir a recogernos al aeropuerto, finalmente?
Estaba
feliz de que mi amiga argentina viniese a verme, pues íbamos a
conocernos por fin en persona, además de presentarme a su pareja.
Al
día siguiente me preparé para ir a recogerles, estaba emocionada y
nerviosa, pero feliz de sentirme por fin en paz.
Me
había despedido de una parte de mi vida que había sido muy dolorosa
y el último acto había sido decir adiós a una quimera. Ya desde
hacía unos meses todo estaba transformándose a pasos agigantados y
me fascinaba la manera en la que la vida me estaba regalando amor.
Llegué
al aeropuerto de Barcelona.
Y
allí estaban, a unos metros de mí, agarrados de la mano con sus
maletas a un lado, sonrientes. Salí hacia ellos apresurada, feliz,
deseosa de abrazarles con todo mi cariño, pero en mi intento de
alcanzarles de pronto sentí que caía al suelo bruscamente junto con
otra persona. Nos habíamos tropezado el uno con el otro.
Mientras
me levantaba, noté en mi brazo cómo se posaba una mano con
amabilidad y suavidad. Mis piernas temblaban y todo me daba vueltas,
pero aquel hombre con el que había chocado repentinamente, me
sujetaba con firmeza.
- Disculpa, perdona, ¿estás bien? No te había visto – me dijo.
- No, no, perdona tú, no me he dado cuenta, estaba distraída.
Levanté
la mirada y ahí estaban esos ojos azules, observándome fijamente,
ese rostro que había visto tantas veces, esa energía que emanaba
tan sumamente familiar.
- No te preocupes, yo también andaba despistado, no conozco mucho este aeropuerto y no sé ni por dónde ir a buscar el tren.
- ¿No eres de aquí? - le pregunté tratando de darle conversación y retenerlo un poco más.
- !Hola Bea! -interrumpió Mónica con un abrazo cómplice, mientras Pedro se presentaba al desconocido.
- Hola Mónica, hola Pedro, !bienvenidos!
Miré
a aquel hombre y le pregunté su nombre, seguidamente le presenté a
mis amigos.
- ¿Cómo decías que te llamabas? - le pregunté.
- Ralph.
- Encantada de conocerte.
Y
así fue cómo el destino abrió un nuevo mundo, un nuevo camino,
justo cuando por fin había cerrado totalmente el anterior.
Arael
Elama...
Una história fascinantemente bella que encierra esa gran verdad universal acerca de que hay que cerrar un ciclo para que otro se abra. Jordi Parés.
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