Ella,
frágil, de aspecto descuidado, de alma intensa, de aroma fresco a
jazmines y rosas, de mejillas sonrojadas por su tímida empatía con
la vida, permanecía allí, inmóvil, observando a aquel hombre
torpe, caballeroso y conquistador, elegante, aunque sencillo, de
cabello lacio y negro, de ojos azules, profundos, que se rodeaba de
mujeres atractivas embelesadas por su sonrisa, por su talante, por su
aire de seductor.
Ella,
es decir, Marcela, no lograba apartar su mirada de él, tal vez
porque ninguna mujer era inmune a sus encantos. Pero ella sabía que
había algo más que la atraía hacia él, pues conocía los
misterios que hay en las almas de otros, y desde su perspectiva,
desde su extraña habilidad que la acompañaba desde siempre, se
adivinaban los ocultos misterios entre los destellos de aquellos ojos
que cautivaban a todas aquellas damas acicaladas, vestidas de forma
ostentosa para la ocasión.
Un
compositor como él no podía ser descortés ante todo un tumulto que
esperaba su autógrafo, o alguna dedicatoria especial, además de ser
halagado y venerado, ante la vigilante y recelosa mirada de su
prometida, la ilustre señorita Vanessa Montalbán, hija del gran
empresario Mario Montalbán, un hombre recio y severo, que la había
educado entre caprichos y lujos, lejos de su amor de padre,
convirtiéndola así en una mujer posesiva y dependiente, carente de
compasión, egoísta, quien apenas soportaba a las ansiosas
mujeres que asistían a aquellos eventos en los que su pareja se
convertía en el hombre más deseado y codiciado por las demás
féminas, que para ella eran sólo la competencia, una abrumadora
nube de posibles sospechosas que la llevaban a obsesionarse con la
idea de que su prometido le fuera infiel.
Aquella
mujer, que en realidad era un alma indefensa, propensa a la neurosis,
necesitada de cariño, inspiraba en Marcela cierta compasión, tal
vez porque también podía leer en sus ojos la desesperación y el
miedo de perder lo más valioso para ella, su gran amor.
El
nuevo disco de Jan Sinclair, era una obra de arte. Su música era
capaz de acariciar lo más profundo de una persona. Tiempo atrás,
cuando todavía nadie le conocía, solía componer de noche, tras su
jornada laboral, dispuesto a llegar a ser conocido, para así cumplir
su gran sueño.
Las
estrellas le inspiraban, sus historias de amor, sus ideales, y su
imaginación era el punto clave para darle vida a lo que su alma era
capaz de cantar en formas claras y hermosas, melodías creadas con
una mezcla de amor, tristeza, profundidad y agonía.
Marcela
amaba su música, y desde aquel día en que le vio, supo que también
le amaba a él, porque reconocía lo que su alma emanaba desde lo más
profundo de su ser. Deseaba mirarle de cerca, contemplar su sonrisa,
sus ojos, saludarle, escuchar su voz, a pesar de que no sabía cómo
acercarse, cómo presentarse allí, cómo atravesar la gran barrera
de mujeres que le rodeaba y cómo protegerse de la compañía
guardiana de su pareja, pues todo aquello impedía que ella, una
sencilla camarera contratada para aquel evento, lograra llegar hasta
él.
- Anda,
no te de vergüenza, llévale una copa de champany, salta toda esa
cola de mujeres bañadas en perfume caro y con tres kilos de
maquillaje y demuéstrale que tú vales más que ellas - le instó
Patricia, su compañera, al pasar por allí.
-
¿Estás loca? - reclamó ella susurrando - tiene pareja, ¿no lo
ves?
- No es
su gran amor, estoy segura, - afirmó Patricia. - créeme tengo buen
ojo para saber esas cosas.
- De
todas maneras, se merece mi respeto, y además, yo no he venido aquí
para ligar con él, sólo he venido a trabajar.
-
Claro, por eso pediste venir a este evento a pesar de que no te
tocaba trabajar este sábado - le dijo su amiga mientras se iba
sonriendo de allí.
Marcela
sólo deseaba conocerle, por su admiración hacia él, pero no
imaginaba que sentiría aquella extraña sensación dentro de ella,
aquel escalofrío que recorría su corazón con fuerza y que
intentaba controlar sin apenas lograrlo...
La sala
estaba llena de gente hablando, riendo, bebiendo y comiendo, pero
había llegado la hora de escuchar la música de Jan.
Un
grupo de músicos había estado preparando un par de piezas de su
nuevo disco y tocarían en su honor en breve en la sala Atenea, justo
en la zona oeste del hotel. Así que su jornada laboral estaba a
punto de finalizar, pues en aquella sala no se servirían más
canapés, ni más bebida, y era la fase final de aquel evento.
Se
aproximó a un grupo de distinguidas personas cuyas copas
estaban vacías para ofrecerles más champany, mientras su mente no
dejaba de intentar comprender lo que le estaba ocurriendo. Su corazón
comenzó a acelerarse sin motivo, su frente sudaba, su pulso
temblaba, y entonces una voz penetró en su alma, expandiéndose por
todo su cuerpo, como si fuera la más bella música, como explotando
en su corazón. Una voz que reconocía en su ser, que revoloteaba
como miles de mariposas en su pecho: su voz.
-
Disculpa, ¿puedo? -le dijo señalando una copa de su bandeja.
Sus
ojos se quedaron clavados en los de Jan, llorosos, su corazón
parecía haberse ensanchado, su respiración se había acelerado, y
sus piernas flaquearon, cayendo repentinamente contra el suelo, ante
la mirada atónita del compositor.
"Perfecto
Marcela, ¿le tienes delante y te desmoronas? Eso es patético,
¡increíble!, ¡cómo puede haberte pasado esto!"
Sus
pensamientos la acusaban de ser torpe y desafortunada, pero gracias a
aquel incidente, pudo sentir el brazo fuerte de aquel hombre,
ayudándola a levantarse, y ver su sonrisa tras comprobar que ella
estaba bien.
-´¿Estás
bien? -le preguntó.
- Sí,
sí, lo siento tanto, perdón, gracias, creo que he liado una buena,
en fin, ahora lo limpio todo, disculpe, no era mi intención....
- No te
preocupes, creo que deberías descansar, no tienes buen aspecto.
-
Gracias, así lo haré, ya casi es la hora de plegar.
-
Bueno, espero que te sientas mejor. ¿Cómo te llamas?
-
Marcela.
- Bien,
Marcela, como veo que todas estas personas nos están mirando
demasiado, ¿qué te parece si te acompaño a la terraza para que te
dé el aire?
- Es
que tengo que limpiar este desastre -dijo con voz temblorosa.
- Ya lo
limpio yo, vete ahora mismo a la terraza -ordenó Patricia mientras
se disponía a recoger los cristales.
- En
ese caso, está bien.
"Por
qué me meteré yo en estos líos, ¿ahora cómo voy a
controlar esto que siento?, se va a dar cuenta"
En la
terraza la luna era una compañía extraordinaria, y el frescor de la
brisa estival, acompañada del aroma marino.
- Por
fin lejos de todo ese gentío, siempre he detestado este tipo evento,
pero a mi novia le encanta todo esto..
- Vaya,
pues, parecía que estabas disfrutando.
- Sólo
estaba siendo amable, ya hace tiempo que me he acostumbrado a este
mundo, no por Vanessa, sino por mi trabajo, he tenido que tratar
mucho con este tipo de personas, gente que tiene mucho dinero y que
disfruta gastando y realizando cenas y eventos como el de hoy.
- Pero
ser famoso te supondrá eso ¿no te gusta?
- No
exactamente. ¿Sabes? Yo lo que quiero es vivir de lo que yo amo, de
mi pasión, pero no me gusta la fama, tampoco me importa demasiado el
dinero, sólo quiero hacer lo que me gusta, y poderme permitir
viajar, conocer mundo, trabajar en cualquier lugar, componer mi
música mientras contemplo el mar en una isla paradisíaca, o
mientras observo el cielo estrellado desde la cumbre de una montaña,
no necesito mucho más que papel y boli, y la inspiración de mi
corazón. Aunque mi teclado también forma parte de mí, y es cierto
que me lo llevo allá donde voy, pero eso no es problema.
- Veo
que lo tienes muy claro, pero, disculpa si me meto donde no me
llaman, creo que a tu novia no le gusta mucho esa idea.
- No te
disculpes, veo que te has dado cuenta de que Vanessa es una mujer de
carácter fuerte, eso fue lo que más me atrajo de ella, es decidida
y lucha por lo que quiere con uñas y dientes, pero tienes razón,
ella quiere un hogar, hijos, y un estatus social que a mí no me dice
nada.
- Pero
seguro que podrás adaptarte.
- Eso
es algo que aún estoy planteándome, de momento estoy viviendo el
presente, ella aporta a mi vida la aventura que deseo, la pasión, el
amor, y su mundo es interesante, aún lo estoy descubriendo y no deja
de fascinarme, sin embargo, todavía siento ese vacío, esa sensación
de que falta algo dentro de mí, algo que no sé cómo definir.
- ¿Por
qué me cuentas todo esto? Solo soy una desconocida.
- No lo
sé, pero supongo que me siento cómodo hablando contigo.
Una
mujer delgada, hermosa, de cabello rubio y trenzado hacia un lado,
vestida de forma llamativa y elegante, se acercó justo en ese
momento, con un aire de enojo disimulado.
- Ah,
estabas aquí, amor mío.Ven, va a comenzar el mini concierto.
- Sí,
preciosa, ya voy. Bueno, Marcela, ha sido un placer conocerte, espero
que estés mejor. Hasta pronto.
- Sí,
hasta pronto.
Y así
, se desvaneció aquel hombre, extrañamente conocido, del que, en un
segundo, se había re-enamorado su alma y había re-conocido su Ser.
E. Vera Vitae (Arael Elämä Araham)
El Romántico Obsoleto -
Capítulos de la novela "Alma Cristalina"
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