Y
allí, tumbada en el suelo, con los ojos cerrados, sentí una
gratificante sensación de pertenencia a algo inmenso, algo que me
impactaba en el pecho, algo que me sobrecogía y al mismo tiempo me
hacía sentir una impensable felicidad interior que crecía y crecía,
envolviéndome por completo.
Al
abrir los ojos, vi las estrellas que brillaban ante mí, lejanas, mágicas,
misteriosas, mostrándome algo tan sencillo que mi mente torpe no
conseguía comprender, y en cambio, mi corazón conocía a la
perfección y se alegraba de un reconocimiento instantáneo que se
estaba apoderando de mí.
Cada
luz que brillaba en la oscuridad del cielo, parecía estar contándome
una historia diferente, y a la vez similar, perteneciente a un mismo
libro, como si cada parte de ese universo fuera un capítulo de una
misma vida, un mismo ser, una misma existencia.
En
ese momento lo entendí, yo formaba parte de esa existencia, de ese
libro de la vida, de la consciencia, y nunca había estado apartada
de ello, por muy sola que pudiera sentirme, jamás lo había estado
en realidad.
La
ceguera del ego me había bloqueado, no era capaz de ver la verdad,
no necesitaba pertenecer a nada, ya pertenecía a todo.
Y
si era así, no había carencia de nada, todo era amor y todo estaba
amándose entre sí, pues era el amor lo que mantenía en unión todo
lo que era, todo lo que es.
Por
muy lejanas que me parecieran las estrellas, las sentía, mi corazón
latía a su ritmo, era como si ellas me escucharan, como si yo las
escuchara, como si un lenguaje sin palabras se hubiera establecido
entre nosotras.
Entonces
me puse a llorar de felicidad, sonriendo ante aquella belleza tan
espectacular y agradecida de ser parte de ella.
No
había nada que pudiera sentir diferente o mejor, sólo era la misma
existencia en diferentes formas, y todas ellas me parecían hermosas.
Comencé
a sentir el mar, aunque no estaba cerca, las montañas, la tierra,
los ríos, los bosques, los animales, las plantas, las personas, y
todo era lo mismo, nada era distinto, incluso la suave brisa que
acariciaba mi cuerpo estirado en el frío suelo de mi terraza parecía
estarme susurrando lo mismo, "yo soy tú"...
Y
me alegré de poderlo experimentar, recordé que siempre había
estado centrada en lo que no tenía, en lo que me faltaba, siempre
buscando algo más para ser feliz, cuando en realidad lo tenía todo,
absolutamente todo, ahí, dentro de mí, y por fin lo estaba viendo
fuera, porque no había obstáculos, no había nada que me lo
impidiera.
Cerré
los ojos y observé mi universo, mis propias estrellas, mi propio
mundo, hermoso, con su cielo oscuro que me permitía disfrutar de la
luz fulgurante de los luceros que relucían palpitando suavemente,
como si fueran notas de una gran melodía que se desplazaba dentro de
mí.
Y
ahí fue cuando percibí la música de la existencia, cada nota, cada
parte de ella sonaba diferente, formando una melodía magestuosa.
¿Cómo
podía ser eso?
El
tintineo de las estrellas del cielo externo se estaba entrelazando
con mi propia melodía, formando una danza increíble de notas, de
sonidos preciosos que me invadían.
Así
descubrí que cada alma de cada ser vivo, de cada consciencia de este planeta, o de otros,
tiene su propia música, una que la hace única, única dentro del
gran todo de la existencia, que es como una gran composición musical
llena de sonidos diferentes y armoniosos, creados con amor y para el
amor.
Sentirse
parte de ello fue lo más bello que había experimentado, no
necesitaba nada, estaba completa, feliz, extasiada, enamorada.
Olvidé
por un instante la complejidad de mi mente, las ideas y pensamientos
que solían bombardearme y destruirme, las emociones que me
confundían y arrastraban hacia un abismo de sufrimiento y
descontento, de falta de amor y comprensión.
Y
me detuve en una música, una muy especial para mí como persona
humana, pues la verdad es que, sin perder la percepción de que yo
soy un alma encarnada en una mujer, había conectado con la gran
existencia, con el todo, con su melodía sagrada, y podía sentirme
humana y Ser a la vez, esencia y diosa, persona y espíritu, mujer y
niña, era algo sublime.
Y
esa música especial era la de alguien o algo que se entrelazaba
con mi energía, como si su sonido y el mío fueran siempre al
unísono, una nota doble, un hilo energético que estaba trenzado al
mío, un corazón que latía al mismo ritmo que el mío, un gota de
luz que bailaba con mi propia luz interna.
Reconocí
que eso para mí era pura magia, y que si me dejaba llevar, podía
experimentar algo que no lograría describir nunca. Así fue,
pronuncié su música mientras pronuncaba la mía, y alcancé la
supremacía del amor en una fusión que sólo podría comparar con la unión con la fuente, con el origen del todo.
Después
de aquello, regresar a la vida mundana se me hizo complicado, hasta
que al cerrar los ojos un día, me di cuenta de que nada había
cambiado, todo era tal y como lo había experimentado, y que para
continuar sintiéndolo, sólo tenía que permanecer en mi presencia,
en mi presente, y no dejar a mi ego desplazarse de mí misma, yéndose
hacia los pensamientos y alejándome de mi verdadera esencia, tan
sólo tenía que ser, nada más, y observar al ego como un objeto
creado que estaba ahí, un cúmulo de recuerdos, de ideas abstractas,
de creencias inexactas, que nada tenían que ver con lo que yo era en
realidad.
Las
personas que me rodeaban se movían, como lo había estado haciendo yo antes, bajo los hilos de ese objeto que
ellos mismos habían permitido que se creara, aceptando las normas,
las creencias, las ideas, los pensamientos, las emociones ligadas a
ellos, mientras yo observaba su sueño, y me daba cuenta de que
también yo estaba en ese sueño, pero por fin siendo
consciente de ello.
¿Cómo
podría vivir ahora en un mundo donde no encontraba a nadie con quien
compartir algo así? Creerían que había perdido la razón, y sería cierto, pues la razón no tiene nada que hacer ante la existencia, ante el
Ser, la razón no es más que el convencimiento del ego de que sólo
su realidad es verdadera y que cualquier intento de salir de la
malla colectiva que llaman “verdad”, sería como un atentado a
esa realidad ficticia y por tanto, un asalto a la razón del ego
colectivo, una locura.
Así
que regresé a ese mundo irreal, tratando de no llamar demasiado la
atención, y reconociendo a aquellos que ya habían despertando de su
letargo, para así poderme relacionar de corazón a corazón, sin que
interfiriera la mentira de los pensamientos antiguos, y permitiendo
que el amor estuviera por encima de todo.
Llegué a sentir que Ser
es sólo eso, ser, y ser no es pretender, es ver lo que te rodea como
parte de una gran consciencia, y darte cuenta de que lo que es de una
forma debe ser amado en la forma en la que es, por esa razón, las
relaciones cambian cuando te entregas a la verdad de tu ser, porque
te entregas a tu divinidad, a la divinidad de todo, y amas en la desnudez de tus
creencias, sin expectativas, sin dolor, sin luchar, sólo siendo,
sólo amando, sólo dejando que el amor fluya sin impedimentos.
Somos
estrellas en un gran universo, somos notas de la partitura de la existencia, somos gotas de luz de un océano incandescente de amor...
Arael
Elämä Araham....
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