Es
extrañamente habitual, en cierto modo, que me sorprenda a mí misma
atrapada en una espiral casi laberíntica y claustrofóbica de
pensamientos que, a menudo, no sirven para casi nada.
Hace
relativamente poco me preguntaba, por ejemplo, qué pensamientos son
realmente míos, es decir, cuáles han nacido de mi propia creación
tras una larga o breve, según se mire, introspección que suele
conducirme a conclusiones acerca de diversos temas o hechos.
La
verdad es que podría asegurar que la mayoría de esos pensamientos y
deducciones son el resultado de la combinación de multitud de
creencias que he ido guardando en mi inconsciente sin ni siquiera
tener conocimiento de ello, lo cual es bastante frustrante, e incluso
aterrador si tenemos en cuenta que eso significaría que realmente
nada de lo que pienso es genuino, más bien es como una especie de
implante que determina no sólo mi forma de pensar, sino mi forma de
actuar y como consecuencia, mi forma de vivir.
¿Realmente
lo que pensamos es producto de lo que somos? O preguntado de otra
forma ¿lo que somos es lo que pensamos?.
No
creo mucho en el uso de la palabra “normal”, más que nada porque
me pregunto qué definimos por “normal”, seguramente aquello que
en nuestro inconsciente se aferra a lo que llamaría “el programa
base”, así que no voy a decir si nuestros pensamientos son
normales o no lo son, más bien voy a dirigirme a éstos como ínfimas
formas de vida que, si bien parecen bastante inofensivas, existen en
nuestra mente y forman parte de una inmensa herramienta creadora,
teniendo una gran capacidad de guiarnos peligrosamente, tal vez,
hacia actitudes que determinan drásticamente la forma en la que
experimentamos la vida, la manera en que creamos nuestro mundo
personal y a su vez colectivo.
Entonces,
todo aquello que yo pueda opinar acerca de cualquier cosa, incluso
acerca del otro, puede ser una mentira, algo ilusorio, basado en cómo
yo percibo e interpreto lo que veo.
Pero,
¿lo que percibo es producto de mis pensamientos, o lo que pienso es
producto de lo que interpreto al observar el mundo?
En
ese laberíntico camino de mi mente, me doy cuenta de que hay algo
más allá de mis pensamientos, hay una sabiduría cuya procedencia
pareciera provenir de algo “superior” a mí misma, o tal vez
simplemente es lo que yo soy en realidad lo que se manifiesta cuando
me cuestiono todos esos pensamientos absurdos que viajan en mi mente.
Y
esa sabiduría me advierte de que no me deje llevar por las
apariencias, y sobre todo, de que no me crea nada de lo que pienso.
Lo
que existe en mi inconsciente es algo así como un conjunto de
filtros de colores diversos que se posicionan y alternan según el
momento, el tema, y la resolución final que mi programa base tiene
predeterminada para mí.
Así
pues, nada de lo que observo es nítido y puro, siempre lo traduzco a
través de dichos filtros. Si algo es de color amarillo y mi programa
pone un rojo para verlo, todo para mí tendrá un significado
naranja.
A
su vez, lo que yo contemplo, de color naranja según el ejemplo, lo
recibo e interpreto de nuevo desde la idea de que es de ese color, y
no de otro, y puedo criticarlo, juzgarlo, amarlo, odiarlo, en fin,
vivirlo desde mi propio prisma.
Es
evidente que, además de tener un sistema laberíntico de
pensamientos entrelazados entre sí como ramas que parten del tronco
de un súper sistema de creencias, tan enorme y variado como un
bosque de árboles de diversas especies y diferentes tamaños,
también existen las raíces de estas creencias, intecomunicadas
entres sí y que me llevan al mundo emocional.
Cada
grupo de creencias tiene sus propias reacciones emocionales
asignadas.
Realmente,
cuando me imagino cómo funcionaría un robot humanoide inteligente,
no dejo de asombrarme al pensar que parecemos justamente eso, robots
inteligentes que funcionan con programas y sistemas de subprogramas
que determinan nuestra personalidad y nuestra funcionalidad.
¿Pero
quíén soy entonces? ¿Un programa que sugiere que sea de una forma
o de otra mi carácter?
Si
no soy eso, ¿quién soy?
Entonces
vuelvo a recordar esa parte que me hace estar por encima de mis
pensamientos y darme cuenta de que no soy eso, esa parte de mí que
me lleva a preguntarme quién soy.
La
consciencia de existir es el primer paso, después llegan otros
estadios en los cuáles vas reconociéndote, poco a poco, a través
de diferentes fases, procesos, ciclos.
Lo
cierto es que la Verdad no es lo que mi mente me dicta, y por tanto
no puedo y no quiero vivir según sus obsoletos parámetros, sino
según mi realidad interior, mi auténtico ser.
Y
entonces llegan otras preguntas ¿quién está escribiendo esto?, ¿es
mi personaje, o es mi ser auténtico usando la herramienta de mi
mente como transmisora de mensajes, a través de la palabra escrita?
Lo
cierto es que sólo puedo decir que por lo menos me siento en un
peldaño o varios más arriba de lo que en el ayer estaba, y que sé
que todavía puedo caer en la trampa del ego, en el laberinto mental
que todo lo transforma a su antojo para hacernos creer que hemos
trascendido y atravesado sus muros.
Escapar
de ese laberinto es haber emergido de un paradigma antiguo y haber
renacido en otro nuevo, más libre, más genuino, más afín a la
esencia del ser que somos.
Y
no es lo mismo pensar y crear desde ese paradigma nuevo, fuera de las
barreras del enredo que nos limita, porque en el siguiente nivel todo
es más real.
Si dejamos de creernos todo lo que nos fue impuesto, aunque de forma inconsciente, y comenzamos a crear
Nuestro
gran potencial es muy desconocido para nosotros. Vivimos creyéndonos
limitados en muchos aspectos donde realmente somos capaces de crear
maravillas, sin embargo, no sólo se trata de crear, sino de hacerlo
desde la consciencia del ser, que conlleva la inteligencia del amor
incondicional, la sabiduría que nos aporta la diversidad y la
interconexión, la unicidad de todas las individualidades, el respeto
hacia el otro y hacia uno mismo y la comprensión de que lo que
afecta a un sólo ser, afecta a todos, lo que afecta a un sólo
planeta, afecta a todo un sistema solar, etc.
Hemos
vivido desde la más absoluta ignorancia, creyéndonos el ombligo del
mundo, ya toca madurar y generar una realidad más consciente y
amorosa, saliendo por fin del laberinto tramposo que nos ha estado
dominando durante tanto tiempo.
Arael
Elama.
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