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Los relatos del blog están divididos en varios títulos genéricos que son "Reflexiones", donde hallaréis escritos espirituales y reflexivos, "Una mirada al Alma" donde podréis leer historias muy profundas de crecimiento personal, del alma, "El Romántico Obsoleto", que cuenta con relatos de humor, irónicos, historias de la vida cotidiana del ser humano, "Diálogos", que son como la palabra dice, conversaciones que suelen ser muy profundas y espirituales, y por último he publicado tres capítulos de una de las novelas en las que estoy trabajando "Alma Cristalina". Disfrutad con todos ellos y compartidlos si os animáis a hacerlo para ayudarme a difundirlos.

Gracias por leerme, bendiciones a todos.

martes, 23 de septiembre de 2014

COSAS QUE PASAN EN EL TREN

(Una pequeña anécdota)

Ayer fui a visitar a una buena amiga que hacía mucho tiempo que no veía. Para llegar hasta su negocio, donde ella trabaja y donde nos podemos ver, tenía que tomar un tren y recorrer un trayecto de una hora de viaje. Estoy acostumbrada a realizar viajes en tren y he descubierto que puede ser muy gratificante, aunque he de decir que si no tengo prisa, pues cuando he de llegar a una hora puntual puede ser una verdadera odisea desplazarme desde mi pueblo hasta la ciudad de Barcelona.

Afortunadamente disponía de cierta flexibilidad, había quedado para comer con ella, pero llegaba con tiempo, justo a la hora de su descanso.

Me encanta escuchar música mientras viajo, la verdad es que he tratado de ir leyendo o distraerme con otras cosas, pero la música es lo que me ayuda a estar relajada y tranquila mientras el tren hace su lento recorrido.

Volver a ver a mi amiga fue, como siempre, muy especial, nos conocemos desde que teníamos seis años y es como una hermana para mí.
Pedimos comida china y charlamos de nuestras cosas durante horas.

Siempre que comemos comida china nos sobra un montón y en esta ocasión ella no quería quedarse con el resto, así que me la dio a mí, como casi siempre hace. He decir que es una persona muy generosa y que siempre ha estado ahí cada vez que la he necesitado, así que agradecí el gesto, aunque yo tampoco deseaba volver a comer “arroz tres delicias”, no es que esté a dieta, como ella, pero intento cuidar mi alimentación y no es que crea que ese tipo de comida es la más saludable, por una vez, vale, pero cenar de nuevo lo mismo no, a mí me esperaba una buena ensalada en mi casa.

Me despedí de ella y salí por la puerta de su tienda con la bolsa de comida en la mano.

  • Mis queridos guías, ahora vais a tener que ayudarme a encontrar a alguien que quiera esta comida, alguien que realmente tenga hambre y la disfrute, porque no quiero que se desperdicie. -Digo con mis pensamientos mirando hacia arriba.

Verdaderamente estaba convencida de que en cuanto encontrara a alguien que me pidiera una moneda, le daría la comida sin pensármelo dos veces.

Fui a la estación y esperé a que llegara mi tren.

Estaba lleno de gente, a esas horas siempre lo está, así que parecía que iba a tener que ir de pie un rato, sin embargo, al final del vagón encontré un lugar para sentarme.



Unas jóvenes de unos catorce años se habían encerrado en el lavabo del tren, justo a la izquierda del lugar donde me había acomodado. Estaban gritanto y jugando, maquillándose y riéndose. Me acordé por un momento, viendo a aquellas muchachas en su mundo, de mi adolescencia, de las locuras que hacemos cuando somos jóvenes, de cómo me escondía del revisor con mis amigas, porque nos habíamos colado sin pagar para ir a bailar a la discoteca.

Me reí y comprendí a la perfección sus chillidos infantiles y su comportamiento alocado.

En ese momento apareció repentinamente a través de la puerta que separa los vagones, un personaje que me dejó perpleja y que las asustó por su aspecto y por el golpe que dio la puerta al cerrarse tras él.

Le miré pero no hice mucho caso a su presencia, dentro de mí comenzaba un diálogo de esos en los que, en los dibujos animados aparece un pequeño angelito y un demonio, discutiendo entre ambos.

  • No juzgues, Arael, no juzgues, -dice el angelito- el aspecto no tiene nada que ver con lo que hay dentro ¿recuerdas?
  • No le mires, no sabes quién es, puede ser un delincuente, mira su ropa, ignórale -dice el diablillo con su voz irónica.

Sonreí de verme en esa tesitura, escuchando a mi ego por un lado y a mi corazón por el otro, como siempre, en plena discusión, mientras continuaba escuchando mi música.

El hombre extraño se fue.

Unas cuantas paradas más y las chicas ya habían llegado a su destino, junto con un buen número de viajeros, así que me quedé prácticamente sola en esa parte del vagón.
Entonces el personaje que había alterado a mi pequeño diablillo apareció con un perro y con un compañero.
El perro se estiró junto a mí y su compañero me miró desde el otro lado del vagón, sentado a mi izquierda, haciendo un gesto gracioso y sonriéndome.

  • Le he caído bien al perro y parece que está a gusto -le digo al chico que acompañaba al hombre extraño.
  • Sí, parece que sí -me contesta con acento francés.

Acto seguido el perro se levantó y se fue y el amigo de atuendo raro se sentó en frente del francés.
Era realmente un hombre muy peculiar. Rastas en el pelo, barba larga, ojos azul intenso, pearcings en el labio y en la lengua, una camiseta bajo una camisa a cuadros, unos pantalones brillantes ajustados y una mini falda con vuelo, de volantes, azul con florecitas. Zapatillas de deporte y unos calentadores pequeños de color rosa.
Su manera de hablar era también muy singular.
Y mi diablillo seguía ahí, hablando y hablando.

  • No les mires, puede que te agredan, no les mires.
  • Son personas como tú, Arael, y además tienen hambre, seguro que a ellos puedes darles la comida china -me dice mi angelito.
  • ¡Sí, eso es!, ¡a ellos les puedo dar la comida!, pero ¿realmente tendrán hambre? -me digo a mí misma escuchando a esa vocecita interior.

Esperé un poco más, tenía que saber quiénes eran esas personas, ya habían llamado mucho mi atención, pero seguí con mi música, mientras el hombre de barba y atuendo extraño se fue a hablar con una chica que estaba sentada detrás de mí.

El francés me miraba cada cinco minutos y yo lo notaba, pero estaba inmersa en mi música, a la espera de que me dijera algo, pues sabía que lo haría.
Entonces lo hizo, me habló.
Me quité los auriculares para escucharle, pero me hablaba en su idioma y no le entendía, sé algo de francés, pero su acento era muy cerrado y el tren hacía mucho ruido, así que no le entendía nada.
Me mostraba sus manos y me hacía ver dos dedos de cada mano, pero no comprendía nada ¿qué querría decirme?

Su amigo entonces empezó a traducir lo que decía.

  • Hoy es su cumpleaños, hoy es veintidós, y cumple treinta y un años. -Dice su amigo el de las rastas.
  • Ah, pues felicidades -le digo yo.
  • Gracias -dice el francés.

Volví a mi música con mis auriculares, pero el francés continuó intentando llamar mi atención, así que de nuevo me quité los cascos para escucharle.

  • ¿Tienes una moneda? -me dice.
  • No -le contesto- pero tengo comida china, ¿la quieres?

El hombre me miró sorprendido e inmediatamente me contestó que sí.

  • Pues aquí tienes dos raciones de arroz y una de ternera con salsa de ostras, además del pan de gambas, menú para dos -le dije sosteniendo la bolsa en el aire para que la cogiera.
  • ¡Yo soy el segundo que come! -grita de pronto el hombre de las rastas detrás de mí, mirándome con una gran sonrisa.

Yo me empecé a reír, lo del menú para dos lo había dicho a propósito, para que lo compartiera con su amigo, pero no me había dado tiempo a decirle yo misma que también era para él. Era un personaje verdaderamente insólito.

Se sentaron juntos a mi izquierda y comenzaron a comer con un hambre atroz, usando el pan de gambas como cubiertos.
Me sentía reconfortada al ver que ellos realmente tenían hambre y estaban disfrutando de la comida.

  • Estaba pensando en llegar a casa pero allí sólo tengo patatas, gracias por el menú -me dice el hombre de la barba.
  • Muchas gracias -me dice el francés rubio de ojos claros.
  • De nada, ¿no es tu cumpleaños? -le digo para darle a entender que es un regalo.
  • C'est vrai!! -me dice -gracias, muchas gracias.
  • De nada, de verdad, no hay de qué, yo no me la iba a comer, así que mejor que la disfrutéis vosotros.
  • Muchas gracias. -me vuelve a repetir el francés.

Terminaron la comida en un momento y entonces el muchacho rubio introdujo su mano en su mochila para extraer una sencilla y humilde flor blanca, hecha de papel y alambre. Se puso de pie y se acercó a mí, me hizo una pequeña reverencia y me la entregó con un gesto tierno que me llegó al corazón.

  • Muchas gracias -le digo. -¿Cómo te llamas?
  • Sebastian -me contesta.
  • ¿Y tú? -le pregunto al hombre desaliñado- ¿cómo te llamas?
  • Me llaman el Botella -me contesta con esa expresión que todavía dibuja una sonrisa en mi rostro.
  • Mucho gusto.
  • Igualmente.
Sonreí y realmente me sentí plena.

Llegamos a nuestro destino y bajamos del tren, cada uno por su camino, cada uno a su casa.

  • Gracias guías -pensé mirando hacia arriba de nuevo -gracias por darme la oportunidad de vivir una situación tan especial, por haberme mostrado mis debilidades, mis miedos, mis prejuicios, y por haberme demostrado que todo eso no son más que tonterías de ese diablillo torpe que a veces se cuela en nuestros pensamientos, el ego.

Llegué a casa muerta de cansancio, dispuesta a escribir esta historia, y a prepararme esa ensalada tan rica que me estaba esperando.

Las cosas que me pasan en el tren en ocasiones son así de insólitas, no es la primera vez que puedo explicar algo así. En una ocasion, un desconocido me pidió mi número de teléfono para conocerme, decía estar impresionado por mi presencia, pero ¿quién le da su número a alguien que no conoce?. Esa es la pregunta de ese diablillo desconfiado, ese ego que siempre me dice que hay intenciones ocultas en alguien que sin saber quién eres se muestra tan interesado en ti, sin embargo, muchas veces ese ego no tiene razón...
Eva Bailón

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