Tanto
dolor no podía ser real, sentir esa pena tan inmensa en su alma, era
un sufrimiento que no parecía de este mundo.
No
era la primera vez que había experimentado una ruptura y sin
embargo, en esta ocasión en su corazón sentía que algo se rompía
y que nunca volvería a ser como antes.
Recordaba
la primera vez que vio a aquel hombre que la sorprendió mientras se
dirigía a su trabajo. No le atraía nada, no le gustaba nada, pero
le pareció muy divertida su manera de intentar seducirla. Ella
estaba enamorada de su pareja y estaba totalmente segura de que
acabaría casándose con él algún día, sin embargo, aquel hombre,
había llamado su atención y no sabía por qué.
Se
olvidó de aquel encuentro y continuó con su vida, aunque de vez en
cuando se acordaba de sus palabras, de su sonrisa, de su ímpetu.
Pero
el destino quiso que volvieran a encontrarse, y esta vez no pudo
negarle un café en aquel bar donde solía ir a desayunar en su
tiempo libre.
No
era el prototipo de hombre que a ella le atraía, ni por su aspecto
físico, no porque no fuera atractivo, sino porque era lo opuesto en
sus gustos como mujer, ni en lo que él representaba como hombre. Sus
mundos eran muy distintos, él se movía entre personas que ella
jamás hubiera conocido y ella vivía una vida tranquila fuera del
ámbito que él hubiera alcanzado nunca.
Durante
aquel breve momento el tiempo se detuvo y todo lo que compartieron
fue como si toda una vida completa pasara durante aquellos minutos.
Las sensaciones de bienestar que ella sentía eran intensas, fuera de
lo normal, era como estar en casa, como ser ella misma sin miedo, sin
prejuicios, sin limitaciones.
Y
al mirarle a los ojos comprendió que no podía ver a un hombre
frente a ella, que estaba sintiendo algo más que eso, que no
importaban ni su cuerpo, ni su profesión, ni lo que hubiera
aprendido él en esta vida, ni siquiera sus experiencias vividas,
porque ella no estaba observando eso, ella estaba viendo quien era él
en realidad, su verdadera esencia a través de sus ojos.
Jamás
había sentido algo así, era como estar frente a un universo que se
abría ante ella y le mostraba la más anhelada felicidad, su
verdadero hogar, todo dentro de aquel hombre que la miraba con la
clara pretensión de seducirla.
Ella
sabía que la amplia experiencia de él en el arte de la conquista
podía significar caer desenfrenadamente en una endulzada trampa que
después podía convertirse en un desengaño amargo, pero aquellos
ojos no hablaban de nada de eso, transmitían amor, un amor que iba
más allá de todo, y él quedaba totalmente desnudo, vulnerable,
indefenso ante lo que ella estaba contemplando. Sus palabras
revelaban estrategia, seguridad, deseo, atracción física, simpatía,
pero sus ojos desprendían belleza, dulzura, evidenciando quién era
en realidad aquella persona, más allá de su cautivadora presencia y
de todo aquello que desplegaba con su afable elocuencia para
fascinarla y enamorarla.
Y
esos ojos de alma profunda inundaron todo su ser, sintiendo que el
amor no era lo que ella creía, no era lo que le habían enseñado,
no era nada comparado con lo que estaba viendo dentro de él y dentro
de ella misma.
No
tuvo lugar en aquel momento la idea de que estaba comprometida, ni el
amor que sentía hacia su pareja, todo quedaba anulado ante él, ante
su mirada, ante lo que ella estaba experimentando en todo su cuerpo.
A
pesar de todo aquello y después de aquel encuentro, nunca creyó que
volvería a verle.
Pero
el universo parecía insistir en que ambos etuvieran juntos y las
casualidades la volvieron a llevar cerca de él, hasta hacerla caer
en sus brazos.
Y
ahora, tras su decisión de marcharse a Irlanda, su dolor punzante le
recordaba su meditada conclusión ante la actitud de él, después de
plantearse si él había deseado realmente estar con ella alguna vez,
sintiendo con avidez una gran desolación al pensar que tal vez no la
amaba, que la había utilizado, que sólo era otra mujer más con la
que había estado divirtiéndose.
Lo
había intentado todo, le había explicado cuánto lo amaba, le había
manifestado y demostrado su fortaleza y su coraje, su gran capacidad
de lucha, su deseo incensante de permanecer junto a él sin
importarle ningún tipo de problema que pudiera presentárseles,
porque sólo era necesario el amor para desear estar juntos, pero él
se mostraba distante, esquivo, y no le ofrecía una clara explicación
sobre por qué se alejaba de ella, por qué estaba permitiendo que
ella se marchara, por qué no había reaccionado y había ido a
pedirle que no se fuera, que la amaba y que estaba dispuesto a todo
por su amor.
Aquellas
noches de pasión, aquellos encuentros furtivos, aquellas palabras
que parecían nacidas en un paraíso creado sólo para ellos,
aquellas caricias que enloquecían su alma, su piel, su sed delirante
por sentirle y abrazarle, aquellas entregas en las que sentía que
atravesaba lo físico y lograba hacer el amor con todo su ser, unida
a él más allá de sus cuerpos entrelazados y alcanzando su
universo completo, envueltos en algo que no comprendía, algo que
parecia extraído de la misma divinidad sagrada, algo que la
arrastraba a desear una fusión completa con él y no separarse
jamás, aquellas miradas en las que el tiempo se desvanecía y sólo
quedaban ellos dos, sin complejos, sin reservas, sin que nada de sus
vidas importara, todo aquello había sido sólo una vaga y estúpida
interpretación fantasiosa de su mente, y no lo que su corazón le
transmitía, no aquel amor que era más grande que ella misma, no
aquella luz que ella veía cuando le miraba, no aquellos besos que él
le regalaba desde lo más profundo de su océano y que en un sólo
segundo le contaban todo lo que él era sin temor, permitiendo que
ella entrara en sus secretos, en su mundo oculto, en todo lo que él
era en sí mismo.
¿Tan
equivocada había estado? En realidad su alma le decía que él sí
la amaba, pero debía dejarlo ir, debía dejarle libre, por amor,
porque le amaba tanto como para comprender que si él necesitaba
estar solo y vivir otras experiencias ella sólo podría desear que
fuera feliz y continuar con su vida en Irlanda.
La
renuncia era la muestra de amor más grande que estaba
manifestándole, aunque, tristemente, estaba convencida de que él ni
siquiera se habría dado cuenta de ello, de que no había sabido
verla de verdad, de que nunca se dio cuenta de lo que tenía delante,
de que no supo reconocer a su alma gemela.
Tal
vez en esta vida no podría estar junto a él, pero había aprendido
a amar incondicionalmente, había aprendido lo que era el verdadero
amor, el verdadero placer de amar con los cuerpos y con las almas, y
ese regalo divino por el que estaba agradecida no lo olvidaría
jamás.
Y
es que comprender que su alma gemela no estaba preparada para
afrontar un amor tan inmenso, un amor que no sabía gestionar desde
su mente racional por su intensidad, fue un largo proceso de
aceptación que la llevó a decidir continuar con su vida, intentando
rehacerla sola, con la enorme gratitud en su corazón por haber
podido conocerle y haberle sentido tan íntimamente, aunque fuera
sólo por un corto período de tiempo.
Jamás
le olvidaría, eso lo sabía, pero se llevaría su recuerdo como algo
imoborrable e iniciaría un nuevo ciclo de vida deseando no dejar de
creer nunca en lo que su corazón le decía, que él era el único y
gran amor de su vida, su alma gemela, y que nada de lo vivido había
sido una imaginación, aunque nunca más pudiera volver a sentirle.
Tal
vez el ser humano no estuviera hecho para vivir un amor tan grande y
prefiriese la rutina, la comodidad, lo sencillo.
¿Y
qué hay de sencillo en tener una relación en la que siempre estás
discutiendo? ¿Cómo puede el amor verdadero manifestarse en una
relación de idas y venidas donde todo se resuelve en la cama? ¿Cómo
podemos preferir el sufrimiento o la comodidad de una relación
tormentosa y pasional o de una relación muerta, antes de la
profundidad de un deseo que nace del corazón y no de la energía
sexual, o la calma y la felicidad interior que se siente ante tu
verdadera alma gemela?
Ella
no tenía respuestas, no tras conocer el amor, lo que realmente es el
amor, porque ahora sabía que ya nada sería como antes, ya no habría
ningún hombre en su vida que la hiciera sentir dependiente, o
inferior, ningún hombre con el que todo fuera muy bien en la
intimidad pero muy mal en otros aspectos de la relación, ningún
hombre que la halagara pero que no la respetara, ya no sería más
una mendiga de amor, pidiendo ser amada a su pareja, porque el amor
se siente venir del otro, se siente fluir entre ambos, sin mediar
palabra y se manifiesta por sí solo como una luz que atraviesa todos
los obstáculos.
Ahora
sabía también que el amor no es atravesar barreras para lograr
estar al lado del ser amado, sino que es permitir que emerja, que
sea, que se entregue y entregarte a él sin medida, sin miedo, porque
las únicas barreras que existen ante el verdadero amor son las que
nosotros mismos nos imponemos.
Ella
ya había aprendido que a veces los espejismos que se nos presentan
en el camino como si fueran de veras ese amor anhelado, no son más
que situaciones para aprender y crecer, pero también sabía de su
capacidad de amar, porque había quedado al descubierto al conocer a
su alma gemela, y que podía llegar a amar sinceramente, sin
limitaciones, sin condiciones, a otras personas, aunque no fuera lo
mismo que sentir la conexión con lo más sagrado de su alma.
En
Irlanda todo iría bien, conocería a otra persona, se enamoraría, y
volvería a experimentar el amor humano, lejos del amor de su ser
hacia su complemento divino, pero desde otra sabiduría, desde la
consciencia.
Amar
es algo que hace el alma, enamorarse es lo que hace la mente, pero
ser consciente del punto de partida de su amor la ayudaría a
experimentarse a sí misma en cada relación desde otra perspectiva
más auténtica.
Su
verdad era esa, su alma gemela había rechazado la conexión, la
oportunidad de una unión más allá de lo mental, más allá de lo
carnal, y tendría que vivir con ello, asimilarlo y proseguir su
camino, y, tal vez, tras unos años, si la providencia lo quisiera, o
su ser así lo hubiera pactado, volverlo a reencontrar en otras
circunstancias más favorables para reiniciar su relación, pues su
amor estaría allí, entre ellos, como un lazo inquebrantable, para
siempre...
“Si
dios quiere...”
El
avión estaba a punto de despegar y ella seguía escribiendo en su
mente todo lo que le hubiera gustado decirle.
“Te
amo, pero te comprendo, te amo pero dejo que te alejes de mí, porque
te siento y sé lo que estás viviendo, porque estoy en ti y noto tu
dolor, tu confusión y tus tormentos, y hoy, hoy me marcho, porque sé
que no hay nada que hacer, no si no aceptas lo que sientes por mí,
no si no te sabes escuchar, no si tu alma habla y tu mente la manda
callar. Te amo pero no es suficiente si tú no adquieres el
compromiso necesario contigo mismo, si no te permites amar de verdad,
si no te separas de tus ideales, de tus pensamientos, de tus miedos
ocultos que no sabes admitirte. Te amo pero no te necesito, por eso
suelto, me desengancho de esta ansiedad que no me permite respirar
cuando me doy cuenta de que te he encontrado y no has podido
soportarlo, te has distraído de lo que significa nuestro amor, y te
has encerrado en tu mente, aprisionando a tu corazón. Te amo pero
debo cuidar de mí misma y por eso me voy. Te amo pero todo lo que te
he dicho en esta carta es justamente lo que también debo aprender yo
misma. Si tú no estás preparado para amarme libremente, tal vez sea
porque yo tampoco lo estoy, tal vez este amor nos queda grande
todavía y nos ha tocado continuar creciendo...”
Arael
Elämä Araham.
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