En este caminar lento y seguro que he ido creando, he ido aprendiendo a desenredarme de la amargura que me produce vivir en un lugar tan arduo y tan banal. Las personas aprendemos a disfrazar nuestra verdadera esencia tras la máscara de la hipocresía, pronunciando la palabra amor sin conocer su verdadero significado…
He sido víctima de mi desasosiego, de mi propio temor a enfrentarme a lo que yo denominaba “la selva de piedra”, mi ciudad, donde siempre me identifiqué como un inocente animalillo inofensivo frente a miles de fieras dispuestas a devorarme para poder poner de manifiesto y por encima de todo, o todos, sus creencias e ideas superficiales, fútiles, carentes de sentido para mi alma despierta y extraña bajo sus acusadoras miradas.
Observaba los árboles del parque que había bajo mi ventana, los amaba, deseaba ser como ellos, libre, aunque pareciera algo contradictorio, dada su condición enraizada en la tierra, sin movilidad supuesta, sin mente, sin lenguaje verbal, y sin embargo, en libertad para danzar con el viento, para no tener que ser lo que no son, para no fingir ser algo que no desean ser… Ellos eran árboles, sin más, sin tener que luchar por ser aceptados en una sociedad de ineptos que tan sólo valoraban la idiosincrasia de la clase humana más decadente e irrespetuosa con la verdadera naturaleza de cada ser, descomedida incluso con la vida misma, y consigo mismos…
¿En qué momento el ser humano perdió al ser humano?...
En aquella isla de ideas en la que me sumergía para no aceptar lo que me rodeaba, escribía en mis cuadernos todo lo que mi alma me dictaba, en largas y extensas charlas conmigo misma, para lograr comprender quién era yo y por qué no me podía adaptar a todo aquel teatro que se desplegaba día tras día en mi vida cotidiana.
La amargura era la reina de mis jornadas.
Mis amistades me mostraban insignificancia absoluta ante todo, nada resultaba intenso, profundo en ellas, todo se enfocaba hacia relaciones vacías, sin ningún sentido.
Entre ellas, yo sólo era una especie de rareza que intentaba pertenecer a un grupo en el que no lograba encajar.
Creí sinceramente que algo estaba fallando en mí, tal vez mi tristeza era producto de algún pasado no recordado, o de alguna de esas vidas ya vividas con anterioridad en la que, tal vez, habría perdido a alguien, o habría sido muy desdichada…
En cierto modo era así, el anhelo por mi otra mitad se hacía palpable en cada una de las posibles parejas que podía tener, siempre le buscaba y nunca le encontraba.
Así, mi sufrimiento no sólo se enfocaba en la disparidad entre el mundo que veía y mi alma perdida y desorientada ante tanta nimiedad y tanta injusticia, sino que además me sentía en la más absoluta soledad, sumida en el abandono de quien debía ser mi amado protector, mi otro yo, mi parte masculina, que percibía encarnado en este mundo, al que llamaba para volver a sentirme en casa, a salvo, pero sin hallar respuesta…
Fueron muchos los pasos que di en mi camino hasta llegar a disolver la amargura, la rabia de sentirme rechazada, el dolor por la falta de resguardo y el abandono que se cernían sobre mí ante la ausencia de mi alma gemela, la incomprensión de lo que me envolvía, esta sociedad insulsa que carece de coherencia alguna. Andar sola por este mundo, no conocer a nadie con mis mismas inquietudes, no tener a quien explicar lo que mi alma callaba, era muy difícil para mí.
Lloré y lloré, pedí volver a la fuente, a casa, pregunté por qué había nacido en este lugar, por qué aquí, por qué tenía que vivir en una tierra donde nadie era como yo. Mi dolor me hacía desear morir, marcharme, renunciar, me sentía abandonada, sola, olvidada...
Pero las respuestas fueron llegando…
Llegaban en forma de frases cortas, palabras que me ayudaban a creer, a tener esperanza, palabras que mi corazón entendía…
A las voces que me consolaban las llamé “guías”, porque me contestaban con sabiduría a todo lo que me inquietaba y me guiaban en mi vida de una manera muy sutil, pero muy acertada.
Un día, uno de esos en los que parecía que todo se había tornado negro y que no habría salida alguna, lancé un grito de auxilio. Allí apareció algo que no esperaba, un invisible ser que comenzó a hacerme sentir protegida y amada, un ser que inició una etapa conmigo en la que me cuidaba, me escuchaba, un ser que me prometió que un día, muy lejano en aquel momento, nos conoceríamos físicamente. Yo no le creí.
Hoy, la evolución de mi ser ha transitado por muchísimas fases y procesos, son veinticinco años de aprendizajes, más o menos conscientes, de conexiones con el otro lado del velo, de adaptaciones a nuevas situaciones, metamorfosis lentas que me han llevado a lo que soy ahora.
Ya no hay amargura, hay amor, ya no hay separación, hay unión, pero he tenido que sufrir durante mucho tiempo para darme cuenta de que no hacía falta sufrir para entender este mundo, que sigue siendo insulso, pero que lo es porque está sumido en un profundo sueño del que por fin muchos van despertando…
De alguna manera, yo vivía en un sueño colectivo y me percataba de que algo extraño estaba sucediendo, por eso no conseguía adaptarme. Hoy, ya despierta, puedo darme cuenta de que estoy en un sueño y que puedo crear lo que yo quiera…
Evolucionar,despertar del sueño profundo, transformarse, ese es el destino de esta humanidad, sin evolución no hay un lugar para el hombre primitivo que existe todavía, sin evolución hay decadencia absoluta y destrucción, evolucionar es nuestro futuro…
Arael…
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