La
mujer iba descalza. Su atuendo se desvanecía y confundía entre la
multitud, expuesto sobre su piel de belleza austera, sombría
hermosura tapizada de dogmas, de capas y capas de injustas y banales
torpezas, construidas por los herejes de la vida, ateos de la
verdadera causa humana que se halla en las almas puras.
Sus
manos, enrojecidas por el arduo trabajo, ocultaban su magia, su amor,
su dulzura suave, mostrando en su lugar la rudeza y aspereza del
tacto de su dolor compungido entre sus dedos.
Sus
ojos dibujaban la ternura en cada mirada, su rostro agotado emergía
entre la pobreza de su aspecto, pues su luz irradiaba lo que su
interior guardaba como tesoro cubierto de indigencia y de penuria.
Su
paseo entre la multitud era lento y pausado, enfrascado en el último
suspiro que la acompañaba, dispuesto a ser el aliento más perpetuo
de su vida, el único que su cuerpo regalaría a los que la amaban.
- Señora, señora, ¿quiere usted un penique?, tenga -le dijo un chiquillo bien educado, vestido de una opulencia que desentonaba con la grácil apariencia de la mujer, y apiadado de ella, tal vez porque también se vio magnetizado por ese resplandor que se escapaba entre los poros de la descuidada piel de la señora.
- Gracias, muchacho, que Dios te bendiga. -pronuncio su voz perenne y deliciosa bajo una sonrisa colmada del amor más puro que jamás vería aquel chiquillo inocente.
Siguió
su paso hasta llegar a un camino de tierra que conducía al mirador
del pueblo. Sigilosa y cansada, su pensamiento se iba hacia su vida,
larga y triste, pero justa.
Y
en el camino fue sembrando semillas que se desprendían de sus manos,
semillas que brotaban en la tierra rápidas, convirtiéndose en
tulipanes amarillos tras ella.
Al
fin llegó al mirador.
Hermoso
lugar con vistas al mar. Un acantilado inmenso que se erigía sobre
la rocosa costa marina. Frente a ella el horizonte, azul intenso,
aroma a sal, brisa fresca y húmeda de finas gotas de océano que
ella sentía rozar su rostro, mientras cerraba los ojos para
disfrutar de aquella sensación tan increíble.
- Ya estoy aquí -dijo con lágrimas en sus mejillas.
Poco
a poco fue desnudando su frágil cuerpo de aquella ropa sucia y rota,
hasta quedar vestida sólo con su piel, envejecida por la vida.
- Soy yo, he regresado, se acabó mi misión, se acabó el teatro, la experiencia. Hoy vuelvo a casa.
Una
luz inmensa que provenía del cielo envolvió a la mujer por
completo.
- Respira, mujer -se escuchó- regala tu último aliento a este mundo y abre tus alas.
La
mujer suspiró con un amor infinito, sintiendo cómo ese aire que
procedía de sus pulmones se expandía como una fragancia y se
mezclaba con el aire que la rodeaba. Ese aliento se iría de viaje, y
llegaría a los corazones que necesitaran esperanza.
El
traje humano cayó deslizándose lentamente hasta dejar al
descubierto su verdadero Ser.
Su
cuerpo de luz era como una estrella fulgurante que brillaba límpida
y magestuosa.
Y
de pronto, de su espalda se alzaron dos gigantescas alas doradas que
comenzaron a agitarse removiendo una energía luminosa que cubrió
todo aquel lugar con una vibración amorosa pero perceptible.
Y
voló...
Saltó
hacia el horizonte azulado para perderse entre las luces del
universo, para regresar con sus hermanos.
- ¿Qué has aprendido esta vez? Cuéntanos.
- He aprendido que las grandes personas humanas, a menudo se ocultan bajo los atuendos o apariencias más humildes. He visto a grandes almas en humanos considerados pequeños por su sociedad, he visto a grandes humanos muy alabados, cuyas almas son pobres como la miseria de mis ropajes, he visto pureza en los corazones, pero inmundicia en muchas mentes desorientadas. El ser humano aún está gateando, aún no ha despertado.
- ¿Crees que la conciencia del ser humano y de su planeta necesita nuestra ayuda?
- Sí, lo creo.
Así,
tras un consejo donde varios seres alados y no alados, desde diversos
lugares, se reunieron, y consideraron la decisión de que algunas
almas de otros mundos encarnaran para orientar y guiar, aun corriendo
riesgos, aun sufriendo en los roles asignados, sin memoria, pero con
todo el amor impreso en sus corazones...
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