En aquella madrugada fría la oscuridad de la noche se perdía tras la aventura de sentir la calidez de su amor, suave, pero apasionado, dulce, intenso, protector. Su calor la envolvía mientras tras los cristales de la ventana la lluvia dibujaba caprichosa surcos que se confundían con los destellos de las tenues luces de las farolas de la calle.
Sus besos eran regalos para sus labios, para su piel, su cuerpo había sido un anhelo tan inmenso durante tantos años, que aún parecía estar soñando.
Y una canción que sonaba en aquella vieja radio, los acompañaba en su reencuentro, en un momento esperado y deseado tan profundamente que entre caricia y caricia, sentían que morían, que morían y renacían, para volverse a mirar a los ojos y repetirse sin cansarse que se amaban, que sus almas habían estado siempre unidas y que por fin sus cuerpos podían manifestar ese amor en aquella entrega única y perfecta.
No sería la última vez que se amarían, mas parecía que iban a perderse en el placer de su pasión hasta desaparecer de este mundo, pues así lo sentían cuando se adentraban más y más en el amor.
Y es que en realidad ese gran amor les poseía cada vez más, era él quien les guiaba, él quien les desnudaba despiadado de su insulsa desnudez, él quien dejaba al descubierto a sus almas indefensas, vulnerables y las vestía de un éxtasis sublime, casi insoportable. Y así sin más, de pronto, un estallido de energía que se desprendía de sus corazones encendidos, comenzó dispararse emergiendo desde ambos, convirtiéndoles en pura luz, unidos en una esfera luminosa donde realmente se habían desvanecido.
Jamás antes habían experimentado de esa forma el amor, se habían estado buscando, anhelando, tratando en cada relación de tocar el alma del otro, intentando hacer el amor con los cuerpos y los seres entrelazados, yendo más allá de lo físico, más allá de lo humano. De alguna forma presentían que eran algo más, y que no estaban solos, que había un Otro que les estaba esperando.
En aquella noche de tormenta sus corazones vibraron al unísono en el baile de las almas, y nunca más dejaron de ser uno.
Arael Elama