Una historia muy común
Pedro
estaba muy enfadado, su amigo Luis le estaba diciendo que necesitaba
espacio, que no quería continuar con su relación de amistad, ya que
debía respetarse a sí mismo y no permitir que nadie le intentara
controlar o manipular, convencer y chantajear emocionalmente. Su
decisión estaba basada en su propia autoindagación, se había dado
cuenta de que mantenía esa relación sólo porque había durado
muchos años y le daba pena que se rompiera, pero debía ser fuerte y
dejar libre a Pedro, porque no era una amistad verdadera, era una
dependencia mutua que debía terminarse. En su interior sabía que no
dependía ya de esa relación, que no le motivaba ya ver a su amigo,
que ya no sentía que tuvieran cosas en común, pues había aprendido
lo que tenía que aprender, y si no soltaba su apego no pasaría al
siguiente nivel. Así lo llamaba él, diferenciaba sus procesos
internos por niveles de autosuperación para darle un sentido mental
a lo que percibía en su alma, pues era muy difícil entenderlo si no
le daba una traducción que su mente pudiera asimilar. Tal vez, en un
futuro, cuando su amigo también hubiera aprendido su parte, podrían
volver a encontrarse, y tal vez podría surgir de nuevo una amistad,
pero esta vez sin la dependencia de los enganches de los patrones
inconscientes que les dominaban a cada uno de ellos.
Y
es que Luis había aprendido que los seres humanos, la mayor parte
del tiempo funcionamos desde lo que él llama “el piloto
automático”, el cual es un personaje creado por el ego que se
alimenta de estímulos del exterior que interactuan con
programaciones muy ocultas en el inconsciente, que determinan
nuestros comportamientos, nuestros gustos, nuestras decisiones, desde
la ignorancia de lo que verdaderamente somos. En esos programas hay
arquetipos, estructuras de creencias, miedos, complejos, y algunas
verdaderas joyas de control por parte de otros que conocen mejor
nuestro funcionamiento, tales como lo que él veía como inducciones
a ciertos comportamientos para ser un ciudadano obediente y
complaciente, un consumidor empedernido, o lo que él bautizaba como
“una oveja” recatada y tranquila de un gran rebaño que vive en
calma haciendo lo necesario y estipulado como “normal” (de
normas), para encajar en un sistema creado para que funcione todo en
beneficio de unos pocos y conformidad de muchos. Pero eso era algo
que sólo tenía una solución, cada uno debía comenzar a verlo y a
trabajar en sí mismo en desmantelar sus propios programas, es decir,
cada uno debía ser responsable de sus emociones, de sus miedos, e
intentar superarse a sí mismo desde el amor incondicional.
-
Siempre estás intentando estar por encima de mí, ¡como si tú
fueras perfecto!, siempre compitiendo conmigo para ver quién está
más elevado de los dos, pero tú también tienes defectos, y no voy
a a decírtelos, pero me has hecho mucho daño, desde siempre - le
dijo Pedro dolido por la situación que estaban viviendo.
Luis,
miró a su amigo de la infancia y le contestó:
-
Yo no soy perfecto, ni pretendo serlo, no sé si soy elevado o no lo
soy, porque a veces me siento atrapado en mis emociones sin poder
evitarlo, como todo el mundo, y trato de que eso me sirva de
enseñanza, y no de excusa para huir de mí mismo. No pretendo quedar
por encima de nadie, sino superarme cada día más a mí mismo,
siendo poco a poco lo mejor de mí, permitiéndome ver el mundo cada
día con más amor y compasión. No compito con nadie, colaboro,
acompaño, pero mi pretensión, mi deseo, es que cada uno haga su
propio trabajo interior para que algún día este mundo deje de
confundir sus propios temores con agresiones o desamor por parte de
los demás. No culpabilizo, ni responsabilizo a nadie de mis
desilusiones, o de mis heridas, no veo flechas que provienen del
exterior, sino reacciones de mi ego que me demuestran que todavía no
he aprendido a hacerme cargo de mi vulnerabilidad, de esa
vulnerabilidad que proviene de mi inseguridad y mi desconfianza en mí
mismo, así que no trato de perdonar a nadie, sólo veo lo que me
tengo que perdonar a mí mismo a través de la aceptación de mis
emociones, las de mi yo pequeño, para que deje de sufrir por su
propio sentimiento de exclusión o de inferioridad, o
desvalorización. Esa es mi manera de comprenderme y de valorarme. Yo
no te pido nada, ni a ti, ni a nadie, ni siquiera amistad, sin
embargo anhelo para ti que reconozcas tu divinidad, pero que lo hagas
de verdad, y que seas capaz de distinguir las artimañas de tu ego
para no caer en su trampa, pero siempre me ves como una amenaza y te
pones a la defensiva. No soy superior a ti, ni a nadie, sólo sigo mi
ritmo en mi descubrimiento interior, en permitir que eclosione mi
potencial, mi esencia, mi perfume interior. Me estoy aprendiendo a
amar, cada día más, y me estoy aprendiendo a respetar, por eso. Si
me atacas proyectando tus miedos o tus inseguridades, sólo puedo
decirte que lo que tú pienses sobre mí no me importa, porque no
tiene nada que ver conmigo, tiene que ver contigo, con tu ego, con
tus sombras, no con las mías. Yo me hago cargo de mis pensamientos,
de mis residuos emocionales, de mis patrones, estoy en un proceso de
autoindagación profunda, me permito llorar, me permito errar, me
permito escoger, me permito reír, me permito ser un aprendiz y un
maestro, porque mi ser es mi maestro y mi personaje un aprendiz. No
he pretendido hacerte sentir inferior, pero cuando alguien me ha
despertado ese sentimiento a mí, he mirado en mi interior para
averiguar qué me ocurre y de dónde viene esa inseguridad, en lugar
de acusar a quien ha venido a mostrármela, "si la piedra
lanzada me alcanza debo ver por qué resuena ese dolor en mí"
Ahora
decide tú lo que quieres hacer con lo que estás sintiendo y
pensando, que yo ya he tomado mi decisión con lo que siento y pienso
y la mantengo firme.
Pedro
se sintió ofendido y desvalorizado, así que se tomó las palabras
de Luis como un ataque más hacia su persona, como una muestra más
de su intento de estar por encima de él. Se apartó de su vida
resignado, pero dolido, resentido, destilando rabia e itentando dejar
mal a Luis, hablando sobre él como la gran decepción de su vida,
pasando de ser su mejor amigo, según le sentía antes, a ser el peor
amigo del mundo, convirtiendo el amor que antes sentía en odio y
rencor.
Y
es que el lenguaje del corazón, cuando se transmite con palabras,
tal vez no se traduzca con toda su vibración de amor, pero también
ocurre que nuestro ego no nos permite escucharlo con el corazón, y
lo interpreta desde sus carencias, traduciéndolo equivocadamente, a
su conveniencia, para así negar esas mismas carencias y volcarlas o
proyectarlas en el mensajero.
Luis sabía y sabe que es
hora de vernos a nosotros mismos sin miedo, enfrentarnos a nuestras
sombras sin excusarlas tratando de verlas en otros para así no
responsabilizarnos de ellas, y que ya es hora de ser libres de las cadenas
de aquello que nos domina, patrones, miedos, desconfianza en uno
mismo, y por ende, sabe y entiende que ya es hora de que caminemos solos si eso es
necesario. Debemos recordar que lo que no querermos ver en nosotros,
tarde o temprano explota en nuestras narices, aunque hay veces que ni
siquiera así somos capaces de ver que la basura que explota es
nuestra y que no la ha provocado nadie, sólo nos la han mostrado, no nos la ha traído
nadie, es sólo nuestra, y que por muchos razonamientos mentales
que queramos darle, la verdad es ésa. Nuestras reacciones son la
acción del ego, el ser no reacciona, se acciona. Es hora de que
alcancemos ya un equilibrio entre ambos, que el ego se suavice y que
el ser se manifieste permanentemente en nuestras vidas, pero hay que
cederle ese espacio reciclando la basura emocional que tenemos en
nuestro inconsciente, o lo que es lo mismo y en otras palabras,
transmutando y trascendiendo nuestras sombras. Todo esto depende
exclusivamente de uno mismo por esa razón cada uno debe hacerse
cargo de su propio proceso, sin volcarse en nadie, sin pedir que
otros solucionen lo que sólo uno puede solucionar, nadie puede comer
por ti, nadie puede hacer tu camino por ti.
Arael
Elämä Araham
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