Hace
tiempo que tomó el tren de la vida, descendiendo desde su mundo,
como muchos otros, traspasando fronteras de nuevo.
Y
el viaje, suave en ocasiones, intenso en otras, cómodo e incómodo,
al principio le disgustaba. Ahora simplemente observa.
El
otro día, subió al tren un hombre muy apuesto, vestido con ropa
elegante, peinado con la delicadeza de un rey, y en su piel, como una
caricia, un dulce aroma, mezcla de perfume y alma, embriagaba a todos
los pasajeros.
Su
profundo magnetismo atrapaba sin duda con suma facilidad a las
mujeres de aquel vagón, mientras que ella, Clarisa, se limitaba a
dejarse llevar por su admiración hacia su delicadeza, su atractivo
aspecto, su arte para seducir. Ahondando un poco más en su
actitud, comenzó a percibir en él cierta vanidad, o tal vez cierto
deseo de ser admirado y valorado.
En
pocos minutos, cinco o seis mujeres estaban ya rodeándole y
preguntándole cómo se llamaba, a qué se dedicaba.
- Me llamo Eloy.
Su
voz resonó en el vagón como una ráfaga de belleza sublime, aquel
hombre no parecía pertenecer a ese mundo, a ese tren.
Clarisa,
que siempre observaba en silencio todo cuanto acontecía a su
alrededor, supo ver que él, al igual que ella, no era un simple
pasajero.
Pero
no quería intervenir, no quería romper su serenidad interior y
decidió poner fin a aquella extraña atracción que la invadía
cuando le miraba.
Sabía
perfectamente que ella no era inmune a su magnetismo, aunque también
sabía que era consciente de ello y que eso la hacía diferente al
resto, pues aquellas mujeres iban tras él movidas por algo que ni
siquiera comprendían, impulsadas por su propia necesidad de ser
amadas por él, o por alguien como él, o al menos ser halagadas por
sus palabras, por sus miradas, por un gesto amable.
Así
que prefirió mirar el paisaje y olvidarse de la presencia de aquel
hombre llamado Eloy.
En
ocasiones, los verdes prados la enamoraban y contemplarlos escuchando
su música preferida convertía aquellas imágenes en un verdadero
espectáculo maravilloso que la fascinaba.
En aquel momento, el tren estaba permitiéndole a Clarisa presenciar la magestuosa imagen del mar desde la montaña por donde estaba situado el trayecto en aquel momento. A ella le maravillaba el océano, se sentía uno con él, y aquello la tenía totalmente absorta. Disfrutar de aquella música en un danza idílica con aquello que estaba admirando desde la ventana del tren, era para ella todo un privilegio.
Sonaba
un tema que ella consideraba sumamente hermoso cuando una voz
masculina interrumpió su pensamiento.
- Hola -dijo- ¿Hacia dónde te diriges?
Giró
su rostro hacia el hombre que se había sentado a su lado. ¡Era él!
No quería ni por asomo tener una conversación con aquella persona,
pero era demasiado educada para no hacerlo y era demasiado atractivo
para no mirarle y no responderle, así que se quitó los auriculares, puso sus ojos en
los azules e intensos ojos de aquel hombre y le contestó.
- Voy a Luz, ¿a dónde vas tú?
- ¡Vaya! Yo también voy a Luz, iba en otro tren, pero tuve que bajar porque se había averidado, así que he tenido que subir a este.
- Oh, pues... qué bien -contestó titubeando sin saber cómo seguir la frase- Bueno, quería decir que qué bien que vayamos al mismo sitio, no que se haya averiado el otro tren... aunque, claro, si no se hubiera averiado no estarías aquí...
- Cierto -dijo sonriendo mientras iluminaba todo a su alrededor con su deslumbrante sonrisa.
- Sí, sí, cierto -afirmó Clarisa ruborizada y avergonzada por lo que estaba sintiendo.Era extraño, estaba sumamente nerviosa, aquel hombre imponía con su presencia y ella luchaba para que no se notara cómo influía en ella. Ese magnetismo no tenía que dominarla, no, ella no podía caer en algo así.
- ¿Cómo te llamas? -preguntó con gran interés.
- Clarisa.
- Hola Clarisa, soy Eloy – Le dijo tendiéndole la mano.
- Encantada, Eloy - dijo algo desconcertada, mientras le saludaba con un apacible apretón de manos que fue suave y delicado, e inesperadamente electrizante.
- ¿A qué te dedicas, Clarisa?.- Preguntó sin borrar aquella impresionante sonrisa.
- Soy artista, bueno, al menos lo intento, pinto y escribo. Viajo por el mundo buscando lugares que me hagan vibrar el corazón y cuando los hallo, los pinto y escribo relatos y poemas sobre ellos y sobre lo que me hacen sentir, pero eso no me da de comer, si es eso lo que me preguntas.
- ¡Qué interesante! Pero si eso no te da de comer, ¿qué lo hace?
- Bueno, en parte sí me da de comer, pero también escribo en una revista para ganar algo fijo, lo hago desde mi portátil allá donde esté, y vendo mis obras, tanto las pictóricas, como los libros que escribo. También busco diferentes trabajos temporales allá donde voy de viaje, dependiendo del tiempo que vaya a pasar en ese lugar, así que gano dinero de aquí y de allá. La vida me sustenta.
- Me encanta lo que dices, la vida te sustenta, eso es muy positivo. Yo soy médico, bueno, lo era hasta que decidí cambiar de vida e ir a Luz. ¿Por qué vas tú a Luz?
- Porque deseo un mundo mejor, porque quiero ser mejor, porque creo en el amor, aunque para algunos suene ridículo ¿y tú, por qué vas a Luz?
- En realidad hay varios motivos por los cuales me dirijo hacia allí, pero el más importante, el más real es que...Yo voy a Luz porque vas tú, y por cierto, no es nada rídiculo lo que dices.
- ¿Qué quieres decir con eso de que vas a Luz porque voy yo? -le preguntó sorprendida.
- ¿En serio aún no te has dado cuenta de quién soy? Me has estado llamando, y yo también a ti, me has estado buscando en momentos de sombra, sintiendo mi energía en momentos de luz, deseando que estuviera junto a ti, mirando a esa puerta del tren en cada parada, por si acaso aparecía, anhelando que algún día se cumpliera lo que te dije en un sueño, observando a todas las personas que subían y bajaban, llorando al sentirte absurda por creer en lo que tu corazón te dictaba. Pero yo no llegaba, no subía al vagón, no parecía real, sin embargo, ya estoy aquí, por fin, ¿y ni siquiera me reconoces?.
- ¿Tú? Pero... yo no esperaba que fueras así, eres tan diferente, ¿cómo puedo saber que eres quien dices ser? No es la primera vez que me engaño a mí misma y, sinceramente, ya no creo que sea real ese hombre...
- Mírame a los ojos -dijo después de quitarse la chaqueta americana que llevaba.
- Sí, lo hago, pero tal vez eso no sirva.
De
repente todo se transformó, el tren era más luminoso, los ojos de
aquel hombre parecían el mismo cielo, su cabello lacio caía por su
frente, su sonrisa le otorgaba una fulgurante apariencia que la
traspasaba por completo...
Entonces
se dio cuenta, su camisa blanca, su profunda dulzura, su alma
elevada, pura, su corazón y el de ella unidos, sus auras fusionadas,
y aquella explosión de amor y de luz que les envolvía y que emanaba
con fuerza desde su unión, estallando una y otra vez en chispas
luminosas y doradas que les abrazaban. Su campo cuántico y el de él
eran uno solo, el amor era intenso y sus cuerpos parecían
transformarse mientras se esparcía desde lo más hondo de sus
esencias. Parecían seres de cristal en su interior, brillantes,
reluciendo y centelleando como estrellas, cuya estela contagiaba de
amor a todos los que les miraban allí en el tren.
De
pronto un increíble sentimiento de felicidad la invadió y comenzó
a llorar por la gran dicha que la inundaba, estaba allí, frente a él, cuando ya creía
que no era real nada de lo que había sentido en su corazón. Y su
piel se estremeció en su mejilla cuando la mano de él acarició
tiernamente su rostro, mientras ella experimentaba el júbilo por
poder tocar su pelo suave. Sus miradas hablaban por sí solas, sus
cuerpos eran totalmente luminosos, su reconocimiento mutuo era una
realidad palpable. Y entre lágrimas de emoción unas palabras
sonaron como música divina, desde lo más profundo del ser de
aquel hombre llamado Eloy...
- Te amo...
Resonó
en todo el universo el amor expandido, el amor en unión, el amor
como gran descarga energética que transformó a todo aquel que se
hallaba en aquel vagón...
- Te amo también – contestó ella poniendo su mano en su corazón.
Ahora
ya podían comenzar a realizar su misión. Se hallaron justo cuando
él renunció a lo que no le hacía feliz y se encontró a sí mismo,
se hallaron justo cuando ella dejó que la vida la abasteciera y cesó
su búsqueda incesante, reconociéndose a sí misma en todo, amándose
y permitiendo que la vida la sorprendiera, confiando en ella y en que
era merecedora de todo cuanto deseara...
Todo
estaba ya en su lugar, todo estaba bien, todo en perfecta armonía.
No
hubiera imaginado que aquel hombre llamado Eloy, fuera El...
Y
el tren llegó a su destino...
Aroma de Cristal
Eva Bailón
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