Se desmayó la rosa
blanca sobre mi pecho cuando mi corazón se marchitó. Desenrredó mi
miedo por todo mi cuerpo, me derrumbé, y me sostuvo el delirio
abrazado al desasosiego en un intento de que no muriera la flor de
amor que se mantenía latente en mi alma...
Todo ocurrió
mientras mi luna se iba derramando sobre sí misma, alcanzando
lentamente su plenitud, en una espera triste, no comprendida,
mientras creía que su presencia era suficiente para seguir guiándome
durante mi travesía por el oscuro bosque de árboles de poesía.
El tiempo es sólo
tiempo, pero la mente es mala consejera cuando se aferra a las horas
que se escapan, o cuando las mira y las desea lejos de su presente,
instantes y momentos de luchas de ego, de guerras, de miedos.
Paso a paso, se
forja el futuro, se descorcha la botella del vino que se mezcla con
tu esencia, y la bebes sorbo a sorbo, como si ya no hubiera más,
como si se acabara, cuando en realidad, nada comienza, nada termina,
sólo vemos luces que se transforman, cambiando de color, ante
nuestras pupilas.
Lo que antes era
amor ahora puede ser amor, aunque su tono primero fuera verde y luego
púrpura, o azul celeste.
Algunos de nosotros
no aprendimos a adaptarnos, y muchos no sabemos comprender que no
estamos separados, y nos dividimos cuando la creencia falsa nos
domina y nos somete al dolor, a la desconexión de nuestra parte más
divina.
Se despegó la rosa
blanca que en mi pecho se colgaba cuando mis párpados compungidos
lloraron la pérdida de mi alma, que se iba, que se me escapaba ante
la inmundicia de lo que no aceptaba.
Y pidió consuelo,
clemencia, y supo que a veces sí podía ser rescatada, para después
alzar su vuelo hacia la vehemencia por la vida, hacia la verdad
sagrada.
Creí estar en un abismo, a punto de caer en el fin de mi mundo, para morir, para no ser, para olvidar que he nacido.
Y una luz azul se me posó en una lágrima, vertiendo su esencia, su música, su voz, su calidez etérea, devolviéndome la vida en un suspiro de belleza incandescente...
Abrí mis ojos y pude ver por fin la verdad que ante mí se esclarecía torpemente.
Murió la tristeza en su último aliento sostenido en mi pecho, se esfumó grácil, para liberarme de lo que me mentía, para mostrarme lo que realmente me conecta con el amor más puro y sincero, el amor a la vida.
Tal vez, cuando se
pierde la luz y se siente la oscuridad acomodándose en tu presencia,
te pierdes, te mueres de alguna manera, pero cuando tu estrella
comienza a brillar de nuevo, cuando la sientes, cuando crece desde tu
alma hacia afuera, te das cuenta de que nada tiene importancia, salvo
lo que eres, salvo tu vida, salvo el amor que dentro de ti se
manifiesta y vibra.
Se desmayó la rosa blanca y resucitó el ángel que en mi corazón habita.
Y una luz azul se me instaló en cada parte de mí misma, regalándome su chispa, su amor, su exquisita bendición, regresándome a la vida con un beso de amor que me bebí de su fuente de luz, nacida de un cielo de soles, estrellas y brisas.
Cuando mueres y
renaces, ya nada es como lo era antes, sólo queda el resumen de lo
que fuiste y te enseñó a ser como ahora eres, y te levantas más
fuerte, más sabio, dispuesto a continuar adelante.
Aceptación, que no
es resignarse, sino entender que no existe el control sobre tu
presente, debes nadar en el río a través de su corriente, fluyendo
como gota que salpica, que entre remolinos se pierde, danzando en su
música inteligente, para saber sacar partido a las soluciones que se
te muestran cuando de ti mismo eres consciente.
Bajo la serenidad
de mi alma, la que sonríe tras la tormenta y me asiste, entiendo que
si caigo puedo levantarme, y que siempre hay manos amigas que me
atienden.
Miraré hacia
dentro para saberme, para no volver a extraviarme, para crecer y
saber que puedo ser vulnerable, y que eso no es un defecto, sino una
parte de mi humanidad inquebrantable, y trascender el miedo a serlo
te conduce a la fortaleza que en tu ser se esconde.
Arael Líntley.