Siempre
he sido una enamorada de la música romántica italiana, sobre todo
de la que sonaba en los años setenta, cuando yo era una niña que no
contaba más de cinco años.
Por
alguna razón, algunas músicas que sonaban cuando yo sólo tenía
esa corta edad, anidaron en mi corazón y se quedaron grabadas como
una hermosa marca musical...
Sonaban
en la emisora de radio que mi madre escuchaba mientras hacía sus
tareas, entretanto, yo, probablemente jugaba distraída, pero mi
corazón percibía esas melodías.
La
música siempre fue para mí como parte de mi alma, parte de mí,
adoraba el piano y tenía la capacidad de dejar fluir la música de
mi esencia a través de mis manos, ni siquiera eso se puede decir que
sea componer, era sólo dejar que las notas circularan a través de
mí. Nunca aprendí solfeo, ni piano, pero cuando el alma se empeña
en ser canción, lo es.
Una
de las músicas que probablemente retuve en mi memoria y que surgía
de mis manos cuando tenía un teclado a mi alcance, era la que a
continuación he colgado, "Amore Grande, Amore Libero",
supongo que me transmitía justamente lo que yo sentía y siento en
mi corazón, un amor grande y libre, puro...
Recuerdo
que, cada año en Navidad, el día de reyes, solíamos ir a visitar a
mis tíos. Allí nos reuníamos todos los primos, también mi abuela,
toda la famila paterna. En aquella ocasión alguien había recibido
un regalo que fue para mí muy especial, no era para mí, pero me
fascinó. Era un teclado, no muy grande, pero yo no tenía ninguno y
mi alma estaba ansiosa por experimentar con aquel mini piano. Así
que, en cuanto lo vi libre, comencé a dejarme llevar.
Pasado
un rato, mi tía entró en la sala donde yo estaba tocando, atraída
por la melodía que sonaba. Me miró sorprendida y emocionada y me
preguntó:
- ¿Cómo puede ser que tú sepas tocar esa canción?, ¿dónde la has oído? Debías ser muy pequeña cuando sonaba en la radio.
- No lo sé- le dije- la siento dentro de mí. ¿Cómo se llama?
- Es del “Guardiano del faro” y se llama “Amore grande, amore libero”. A mí me gustaba mucho, la escuchaba cuando era muy jovencita, pero tú debías tener unos tres o cuatro años.
- Puede que me haya quedado grabada en la memoria, siempre la he escuchado en mi interior.
Aquella
niña era ya una apasionada de la música y ésta evocaba en ella la
poesía de su alma.
Ser
introvertida y reservada no me había ayudado a manifestar mi deseo
de aprender a tocar el piano, nunca mencionaba lo que mi alma
hablaba, nunca expresaba mis sensaciones, me limitaba a observarlo
todo minuciosamente, sin manifestaciones efusivas, sin muestras de
afecto exteriorizado, mi mundo estaba dentro de mí, un gran océano,
inmenso, pero inalcanzable para los demás. Era una niña extraña,
que vivía en su interior, sin saber cómo mostrar quién era, y al
mismo tiempo deseaba ser como todos los demás y que los demás la
amaran, la descubrieran y la aceptaran como era.
A
escondidas, cuando mi hermano menor recibió de regalo un teclado muy
pequeñito, me encerraba en mi habitación y me ponía a tocar
música, pequeñas melodías que surgían solas, como de una manera
mágica. Experimentaba con las que ya conocía, buscaba otras más
complicadas, las trabajaba y pulía, y ni siquiera sabía qué tecla
marcaba el Do, o el Mi, tocaba por intuición.
A
menudo encontró la niña la manera de ser música y hacerla sonar a
través de algún intstrumento musical, en casa de su prima, donde
percibió las notas de una melodía a la que llamó “Despedida”,
y otra a la que llamó “Alma triste”, en su habitación, con el
teclado de su hermano, o el de su hermana pequeña.
Más
tarde tuvo la oportunidad de tocar un piano de verdad en casa de una
amiga.
Realmente
sus melodías reflejaban la tristeza que ella albergaba en su
interior, extrañaba su verdadero hogar, aunque no supiera cuál era,
extrañaba a otra alma que recordaba vagamente, siempre, desde muy
pequeña.
Aquella
niña, amante del piano, nunca creció, siempre quedó en mí
deseando y soñando tener su piano de cola blanco en un salón de su
futura casa, aprender a tocarlo con la caricia de su esencia, para
evadirse a su mundo melodioso y amoroso, ese mundo que nunca acabó
de mostrar del todo.
Así
que, un día de finales de octubre, el día que cumplió los veinte
años, recibió por fin su tan anhelado regalo, un teclado enorme,
maravilloso, especial, donde la música fluiría mágica entre sus
manos, sus dedos, su alma, su ser...
Y
allí manifestó durante años más música, más esencia, más
alma...
La
niña y el piano viven dentro de mí, y todavía, en ocasiones, la
puedo sentir tocando aquel teclado que aún conservo, después de
veinte años.
Soy
música, mi alma canta, ¿escuchas la melodía de tu alma?...Yo
escucho la mía, yo soy esa melodía, soy la niña del piano de cola
blanco.
Arael...
IL GUARDIANO DEL FARO
Buenas noches. Buscando algo para mi escrito tropecé contigo. Hermosa forma de narrar tus historias. Me encantaron todas. Un fuerte abrazo por que conseguí alguien que puede entender mi manera de sentir o pensar. Hasta pronto. Seguiré leyéndote.
ResponderEliminarMuchas gracias,preciosa, yo también me alegro de que te hayas tropezado conmigo porque así hay otra persona que siente como yo cerquita... cerquita a través de este océano que es internet...
EliminarAbrazos y gracias por leerme.
Arael