Cuenta
la leyenda que un hombre joven y fuerte, de alma sabia, recorría el
mundo con una mochila vacía a sus espaldas, caminando por vastos
parajes, rudos paisajes, montes de roca dura, desiertos inertes
envueltos en cálidas ráfagas de asfixiante ardor...
Su
paso era firme, pero tosco, y sus pies descalzos sufrían en cada
tropiezo, y en cada caída por entre las piedras de inclemente
frialdad y dureza, su cuerpo se iba debilitando poco a poco. Sin
embargo, su fortaleza le impulsaba a continuar andando, pensando que
algún día hallaría el lugar que estaba buscando desde siempre.
Sentía
aquel hombre que lo que buscaba con tanto anhelo era lo más hermoso
del mundo, lo más increíble, y que valía la pena seguir adelante,
por aquella senda tan difícil de transitar.
Su
alma, bella y sagaz, le impulsaba en aquella aventura con ímpetu y
con perseverancia. A menudo mantenía conversaciones con ella, pues
era su única y verdadera compañera de viaje, la única que le
ayudaba y comprendía.
En
ocasiones, ésta le mostraba las pistas a través de claros mensajes,
para no equivocarse cuando alcanzaba algún lugar donde debía
decidirse en una encrucijada complicada.
Y
en su amplia mochila, iba guardando los recuerdos de cada herida
sufrida, de cada dolor que su cuerpo sentía.
Durante
la noche, a veces soñaba que la luz que tanto ansiaba, esa mágica y
magnífica estrella que le esperaba, le salvaría de todo ese
cansancio por tan larga travesía con tan sólo lograr mirarla,
encontrarla.
Conoció
el amor en aquel viajar constante, amores que fueron maravillosas
estrellas fugaces que iluminaron su corazón lo suficiente como para
darle aliento para seguir avanzando, como agua en el desierto para
calmar la sed del navegante de arenas y dunas.
Pero
en su mente olvidadiza de lo que su alma le recordaba día a día,
sólo sentía el abandono clavado en su corazón ávido de aquello
único que no sabía cómo atrapar.
Y
en su amplia mochila, iba guardando los recuerdos de cada herida
sufrida, de cada dolor que su corazón hermoso sentía.
Pero
era un hombre fuerte y valiente, y siempre emergía de entre sus
decepciones, sus desengaños, no conocía la cobardía, porque su
alma era conocedora de la verdadera sabiduría y le continuaba
impulsando, para que explorara más allá, mucho más allá.
- Dime alma mía, ¿qué está pasando que no hallo lo que me incitas a encontrar?
- Pasa que tu mente no sabe dónde buscar, pero eres un hombre inteligente, lo sabrás.
Dando
más y más pasos, muerto de agotamiento llegó a un río. Allí sus
aguas calmaron su cansancio, saciaron su desazón y le dotaron de la
fuerza que necesitaba para seguir caminando. Una mujer hermosa se
estaba bañando y, harto de su incesante aventura, pensó que tal vez
ya era hora de descansar.
Su
cuerpo era de una delicadeza inusual, su pelo dorado y largo adornaba
sus hombros y su espalda, sus ojos verdes evocadores, sus labios
sensuales y seductores. Ella en sí misma era el verdadero paraíso,
un edén convertido en mujer, lo más hermoso y primoroso que sus
ojos humanos habían podido observar.
Y
en aquel lugar mágico y especial se enamoró perdidamente de aquel
ser tan impresionante, creyendo haber hallado la estrella polar que
buscaba tan ardientemente.
Su
mochila, llena de los recuerdos pasados, quedó colgada en el olvido,
tras el hombre que deseaba dejar atrás, hastiado de tanto dolor y
desolación.
Noches
de amor y pasión acompañaron sus días colmados de ternura y
dulzura, y los colores parecieron ser distintos ante aquellas
sensaciones tan maravillosas.
Todo
era perfecto, pero la estrella que brillaba ante él poseía una luz
demasiado distinta de la suya propia, y sus destellos le confundían.
Un
día desafortunado, aquella mujer tan buena, tan especial, había
desaparecido, como aquellas otras de centelleante hermosura que de
una forma efímera habían entrado y salido en su camino. Sin
embargo, aquellas caminaron un tiempo con él, mas con la dulce
estrella del río no deseaba caminar, sino quedarse, calmar su
ansiedad con sus besos, construyendo allí mismo su palacio de amor
eterno.
Su
dolor fue destructivo, demoledor, ya no importaba el cielo, no
importaba su alma, no importaba la vida, ni el camino que recorría,
ni ese paraíso que creía haber encontrado, todo era mentira, él
mismo era una mentira, no deseaba seguir viviendo, pero tampoco
quería morir, sólo deseaba desaparecer, que el mundo se olvidara de
él, que nadie supiera que existía, que el sueño se apoderase de él
y le hiciera extraviarse en el limbo para no recordar nada de nada.
Noches
y días fueron transcurriendo, momentos de horror y amargura, en su
amplia mochila, proseguía guardando los recuerdos de cada herida
sufrida, de cada dolor que su corazón hermoso sentía.
Sin
embargo, era un hombre fuerte y valiente, de corazón de hierro, y
con su cargada y pesada mochila, decidió abandonar aquel lugar de
ensueño y seguir caminando hacia algún lugar, de nuevo impulsado
por lo único que le acompañaba siempre, su alma.
Con
las llagas de sus pies descalzos, con las cicatrices en su cuerpo por
tanto declive y decadencia padecida, con el tormento de su alma
castigada por las emociones de sus pensamientos, su paso se hizo
lento, tranquilo, cauteloso, desconfiado y esquivo.
Y
ya casi desesperanzado, fue a parar a una playa de blancas arenas, de
aguas turquesa, cuyas olas ondeaban suavemente bajo un cielo
estrellado, donde los luceros centelleaban desbordando una
magnificencia extraordinaria.
Decició
descansar allí aquella noche de encanto peculiar.
A
la mañana siguiente, una aparición singular le llamó la atención
al abrir los ojos.
Una
mujer vestida de blanco, estaba vaciando su mochila sin su permiso, y
eso era inaceptable.
Así
que se acercó a ella confundido, lleno de incertidumbre y
controlando su ira.
- Perdona, ¿qué estás haciendo con mi mochila?
- Intento ayudarte, llevas demasiado peso aquí dentro y aún te queda mucho camino por delante.
- ¿Qué quieres decir?¿Cómo sabes tú que aún me queda camino? y...¿Quién te ha dado permiso para hacer eso?
- Uys, ¡cuántas preguntas que haces!
- ¡Pero contéstame!
Ella
sonrió paciente y se sentó en la arena con la mochila en sus manos,
esperando a que él también lo hiciera.
- Está bien, te contestaré a todas las preguntas que me quieras hacer. Primero, llevas demasiado peso, tienes que irte deshaciendo de algunos recuerdos. Vamos a ver, éste ¿para qué lo quieres? - dijo extrayendo un libro guardado con ahínco en la mochila.
- ¡Deja eso! -gritó él cuando vio que ella hurgaba donde nadie había hurgado antes.
- Está bien, está bien, te voy a permitir hacerlo tú mismo, pero tienes que desechar todo esto, porque si no lo haces no podrás dejar espacio para lo bueno que tiene que llegar a tu vida.
- ¡Qué sabes tú de mi vida! ¡No sabes nada!
- Tienes razón, no sé nada, pero lo sé todo, eso sí, te voy a dar la oportunidad a ti de explicármelo todo.
- ¡Estás loca!¡No sé quién eres!
- Ya veo que no sabes quién soy, pero eso no significa que yo no sepa quién eres tú.
- Escucha, no sé de dónde has salido, ni qué quieres de mí, pero estoy muy cansado ya de tropezarme con personas que sólo me hacen daño y que creen saberlo todo de mi, como tú, y en realidad no sabéis nada, no sabes el dolor que he sufrido, no sabes cómo las desilusiones de la vida me han ido destruyendo poco a poco, y no quiero hablar contigo, no te metas en mi vida y deja ya mi mochila, lo que hay ahí es sólo mío.
El
joven andante, ya no tan joven por los años transcurridos, agarró
con fuerza su mochila y la volvió a colgar a sus espaldas dispuesto
a marcharse y continuar avanzando.
- ¡Espera! -gritó ella corriendo tras él- sólo escúchame un minuto, por favor.
- Tengo prisa.
- Sólo un momento, -insistió- seré breve.
- De acuerdo, pero rápido, me queda poco tiempo para encontrar lo que busco, y estoy demasiado cansado ya.
- Mírame a los ojos, escúchame, déjame entrar en ti.
- ¿Qué quieres decir?
- Tú hazlo, no te haré daño.
Sin
saber bien por qué se dejó llevar por la situación, y miró a
aquella extraña mujer a los ojos sin apenas pestañear, tal vez solo
para complacerla y así ésta le permitiera marcharse enseguida.
De
una forma insólita, empezó a sentir algo que nunca había sentido,
algo que no sabía cómo definir, tenía curiosidad y quiso quedarse
inmóvil allí, tratando de averiguar qué era lo que estaba notando
en su corazón.
Tras
unos segundos mirándola y fluyendo con aquella experiencia tan
singular, bajó la mirada confuso y aturdido.
- Debo marcharme ya, lo siento.
- Sí, está bien, lo entiendo.
- Pero no me has dicho nada, ¿qué tenía que escuchar?
- Lo que tenías que escuchar no lo tenían que percibir tus oídos.
Aquella
mujer era realmente extraña, pero él tenía que seguir caminando y
no podía entretenerse más.
Mientras
se alejaba con su abultada mochila, se quedó pensativo, miró hacia
atrás para volver a observarla alejarse en dirección contraria y al
hacerlo algo mágico ocurrió. La mujer le miraba triste y cabizbaja,
y una extraña luz la envolvía a su paso, como arropando su
melancolía.
Pero
no podía quedarse...
De
pronto, tras un par de kilómetros andados, un profundo deseo de
abrir su mochila se apoderó de él con una fuerza indescriptible.
Se
sentó en una roca, en la orilla de la playa y comenzó a sacar
libros y libros donde se explicaba su historia, una historia guardada
para no olvidarla, guardada para recordarla, guardada para ser el
hombre que había forjado esa misma historia...
Y
leyó y recordó su dolor, y afloró mucho más lo que había vivido,
y al releerse a sí mismo, comenzó a sanar la fatiga de lo
acontecido, comprendiendo qué era lo que había aprendido de cada
historia, de cada lugar, de cada herida, de cada sufrimiento... de
cada amor, de todo, todo, todo su camino...
Y
al comprenderlo, de repente, sintió que no necesitaba llevar más
aquellos libros a sus espaldas, y se liberó de la pesada mochila.
- Dime alma mía, ¿qué hago ahora? Me siento perdido, ¿qué rumbo debo tomar?
- ¿Qué has aprendido de tus experiencias?
- Que da igual adónde vaya, mi historia viene conmigo, no puedo huir de ella, pero sí puedo aceptarla, perdonarme por mis errores, y perdonar a los que me hicieron daño, pues fueron experiencias que me ayudaron a aprender y a crecer, y ya no deben pesar más en mí.
- ¿Y ahora te conoces más? ¿Has hallado la estrella que buscabas?
- Sí me conozco más, pero aún quiero hacerlo mejor y más profundamente, y la estrella que buscaba brillaba en mí desde el principio.
- Me parece que ya estás en el verdadero camino, hombre andante.
- Sólo me queda hallar a alguien que desee caminar conmigo.
- Ahora busca tu luz, la que ves brillar dentro de ti, y cuando la halles en otro ser humano, ahí seguro que tendrás un compañero amigo, y si la hallas en una mujer, tal vez habrás hallado ese amor que buscamos juntos desde que iniciaste este tránsito en el que sólo veías el exterior, las piedras, las dunas, las caídas, las heridas de tu cuerpo, el amor en la belleza física y superflua, y te escudabas y protegías con el peso de tus recuerdos... Ahora, sin ese peso, ahora sí puedes llevar entre tus manos el amor sagrado que anhelas en tu corazón, pero debes ver con mis ojos de alma, no con los del exterior. Ahora debes estar muy atento, pues en cualquier momento puedes estar ante ese otro yo que te anhela, no permitas que lo irreal, lo superfluo vuelva a nublarnos y a alejarnos de lo que amamos, porque sabes que lo que buscamos es lo que siempre hemos amado, lo que yo, como alma, amo.
- ¿Y cómo puedo saber si estoy ante esa persona, ante esa compañera de alma de la que tú me hablas?
- Por las sensaciones que te transmitiré, yo te ayudaré...
Y
el hombre sin mochila, se sentó ante la playa, cerró los ojos, y
esperó...esperó para saber qué paso iba a ser el siguiente que
debía dar, esperó para estar seguro de no equivocarse de nuevo,
esperó para que, en esa espera, pudiera agradecer su propia
existencia, amarse, curarse, reponerse de su propio olvido y castigo,
y recordar quién era en realidad para poder reconocerse y reconocer
la luz que tanto había deseado encontrar...
Pero...¿y
si ya había estado frente a él?...¿y si había pasado de largo
porque él no la supo ver?
El
alma sabe muy bien el camino que debe emprender, sabe que si hay que
sufrir antes de entender algo, ese es el camino, sabe que si hay que
confundirse antes de fundirse con tu otra mitad, es lo que hay que
hacer, conoce los atajos, los vuelos, las maneras de proceder...
Aquel
que se deja llevar por su alma en realidad nunca se equivoca, sólo
vive las experiencias que necesita para alcanzar sus objetivos, sean
duras o livianas, sean tristes o felices, las almas sabias y elevadas
tienen pruebas difíciles, los grandes maestros superan grandes
pruebas...
Eva Bailón